sábado, 17 de abril de 2010

Sinconazúcar


En esos instantes era posible clasificar los tipos de gritos, aunque no se tuviera un oído educado. Los había desesperados, lejanos, onomatopéyicos, graves, de variadas edades... Entre un vertiginoso remolino de espuma y canela, los papás se desprendían de sus pequeños engendros, y esos engendros de sus hermanos mayores o la esposa escandalosa de su esposo resignado.   

   Nada podía contra las leyes de la física, ni siquiera los insistentes pataleos burbujeantes con tal de volver a encontrarse una vez más, de mirarse aunque sea un último instante y aferrarse a ese recuerdo humeante de su ser querido, de ese "Manuel, Manuel" o de ese "mi hijo, ¡mi hijo!".

   Gritos, gritos y más gritos hasta que la cuchara vuelve a meterse a la taza para girar en espiral el azúcar que no terminó de diluirse. Y liquidar a los sobrevivientes e iniciar una nueva era de gritos con nuevos seres gritones de otras familias.  





DULCE OLVERA,
para mi pequeña Gretel.

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