
En esos instantes era posible clasificar los tipos de gritos,
aunque no se tuviera un oído educado. Los había desesperados, lejanos,
onomatopéyicos, graves, de variadas edades... Entre un vertiginoso remolino de
espuma y canela, los papás se desprendían de sus pequeños engendros, y esos
engendros de sus hermanos mayores o la esposa escandalosa de su esposo
resignado.
Nada podía contra las
leyes de la física, ni siquiera los insistentes pataleos burbujeantes con tal
de volver a encontrarse una vez más, de mirarse aunque sea un último instante y
aferrarse a ese recuerdo humeante de su ser querido, de ese "Manuel,
Manuel" o de ese "mi hijo, ¡mi hijo!".
Gritos, gritos y más gritos hasta que la
cuchara vuelve a meterse a la taza para girar en espiral el azúcar que no
terminó de diluirse. Y liquidar a los sobrevivientes e iniciar una nueva era de
gritos con nuevos seres gritones de otras familias.
DULCE OLVERA,
para mi pequeña Gretel.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario