miércoles, 27 de abril de 2011

Calla si no tienes algo por decir algo más valioso que el silencio



Ella lo tomó de la mano izquierda, justo la que años atrás le había acariciado hasta lo que jamás creyó acariciable. Nunca se explicó de dónde sacó tantas fuerzas para jalarlo por todo el bulevar hasta llegar a la playa. Era de noche y la luna tuvo que esconderse entre las nubes para no incomodarlos. El lucero de hasta el fondo prometió no escuchar y la espuma de las olas juró taparle los oídos al agua, arena y gaviotas.


Ella lo sarandeó y comenzó a hablar como si de eso dependiera su vida. Él guardó silencio, ese silencio necesario que ella no podría comprender y nunca pudo. Ella buscaba porqués sin respuesta. Él la escuchaba con la mirada y sólo deseaba abrazarla, y callarla con un beso. Ella insistía en las palabras, y al no encontrarlas, las inventaba... Él las entendía, pero no deseaba dejar de callar. Ella odiaba su boca cerrada. Él amaba contemplar su desesperación.


Ella no soportó más y se ahogó en el mar tratando de tapar aquellos gritos silenciosos con el ruido de los corales. Él derramó la primera lágrima de muchas. Las olas acariciaban sus pies y continuó callado hasta el amanecer, sosteniendo un tulipán en el puño derecho.


-No te abrumes por el suceso pues no puede describirse: está más allá de la sintaxis de nuestro lenguaje oral y escrito - Le contestó finalmente a su cadáver, el cual seguramente era conducido por las corrientes hasta convertirse en estrella de mar.




Él tragó arena hasta morir atragantado. Ahora están juntos. Ella una estrella muda, él un pez que puede seguir acariciándola con su aleta izquierda. No necesitan palabras para seguirse amando.


DULCE OLVERA

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