domingo, 26 de junio de 2011

¿De qué estás enamorado, Mario? (parte III)



Hace más de dos horas que Mario dejó de charlar con su padre --seguramente en estos momentos se encuentra cenando su acostumbrada concha con atole de guayaba--. No ha dejado de pensar en que ya es momento de dejar de hacerlo. Es decir, pensar en alguien cuyo nombre no recuerda durante tantos momentos del día, ¿en qué podría beneficiarle? Decide prender el radio y la televisión al mismo tiempo para sentirse un tanto acompañado. Se asoma por la ventana con las manos en los bolsillos y observa el atardecer. Los pájaros comienzan a buscar en parvada dónde pasar la noche. Don Javo, el de los hot dogs, comienza a retirar su puesto; aquél con una salchica con gorra en el centro.






Mario, cansado de ver pasar gente desde la vista de un quinto edificio, suspira y prende su laptop. Comienza a ver fotos de su ella, aquella Claro de Luna a unos cuantos minutos para anochecer... la nostalgia comienza a masticarle cada parte de su cuerpo. Siente escalofríos y comienza a desear ansiosamente poder introducirse a la pantalla ya no para preguntarle su nombre, ya no para besarle en la frente contestándole su "¿Me quieres?", sólo para formar parte de ese momento eternamente y olvidarse del paso de los minutos y meses que sólo entorpecen los recuerdos y memorias. Sí, Mario desea ser una fotografía de un marzo 23 frente a una estatua pensante. Vivir ese beso por el resto de sus días en imagen hasta que la papelera de reciclaje los separe. No presente, no pasado, no futuro... sólo ellos.





***





Sin ganas de cenar, opta por untar mermelada en un bolillo y morderlo una y otra vez hasta acabárselo como cualquiera lo hubiese hecho. Él lo hizo por compromiso. Se recuesta en la cama con sábanas sin aroma y abraza la almohada para perder un poco de vacío a su lado. "¿Qué diferencia hay entre hacer falta y necesitar?". No cree que la haya... sólo cree que es un imbécil: debe pararse de nuevo porque olvidó apagar la tele y radio. Mario se ha quedado dormido en el sillón mientras veía "por un momento" el anuario de su primaria antes de irse a acostar. Después de estar apunto de salir a bailar sin encontrar su antifaz, el despertador suena y la corriente de frío en su cuerpo en calzoncillos le da los buenos días. Lunes por la mañana, Mario debe ir a trabajar.



Se rasca la frente antes de pararse del sillón. Un inmenso dolor en el cuello lo hace reaccionar y en pocos pasos ya está dispuesto a escupir la espuma de pasta de dientes. Aquellos pájaros que no encontraron refugio en el árbol acostumbrado se han parado en la ventana del departamento de Mario. Indiferente a su presencia, enciende su radio e identifica unos acordes de los Pericos: "llegaste al final, ya no volves más...".




--¿Es que tú también estás en mi contra?




Prefiere bañarse en silencio y sólo logra que la espuma, gotas y rastrillo le pregunten sobre ella. Esto se ha vuelto enfermizo. Nadie puede depender tanto de alguien. Se talla la cara con desesperación tratando de evocar su nombre para así correr a escribirlo, quemar el papel y echar las cenizas por la ventana para que aquellos pájaros se las lleven tan lejos que ni si quiera ellos sepan el nombre incendiado que perdieron en el viento. Secándose el cabello se percata que los pájaros ya no están picoteando el vidrio de la ventana: su plan se ha venido abajo. Se rasca la nariz y comienza a buscar su uniforme.




***




--¿Qué tal tu fin, Mario? --Cuestiona Fabiola, su compañera de trabajo en aquella cafetería.




--Nada fuera de lo normal. Mmm, un latte chico. --Le entrega un tique y mira hacia otro lado para evitar preguntarle sobre el suyo.




--Hey, muchacho, ¿qué pasa con mi té de manzanilla?




--No tarda, señor.




***




"Quizá yo sea la culpable. Seguramente yo provoco que me trate de esa forma... soy una estúpida. Debo dejar de quejarme o me dejará y eso no podría soportarlo: lo amo demasiado".




***




--¿Has visto alguna vez fuegos artificiales?




--De niño, seguramente.




--Es maravilloso ver cómo el color se desvanece en el aire para no volver jamás, pero en definitiva nunca lo olvidarás.




--Ese brillo fugaz resulta mejor en tus miradas, justo como la de ahora. Me gustaría que pudieras verla --Comenta Mario señalando sus ojos.




--Descríbeme mi mirada cuando te veo, querido ojos miel nostalgia.




***




Mario va recargado en la ventana del autobus repasando los contactos de su celular: está seguro que alguno de esos nombres es el suyo. ¿Cómo adivinar el de ella? Lo mejor sería inventárselo, sí, olvidar algo creado dentro de un transporte público a reventar. Al bajar del camión decide volver a aquella parroquia y terminar una conversación interrumpida por él mismo. Entra y entre la luz de ciertas velas percibe a una anciana hincada rezando. El resto de las bancas están vacías, frías y escuchando un silencio religioso extraño.




--Escucha, no quiero saber su nombre. Si lo olvidé fue por algo. No quiero que vuelva, si se alejó fue por algo. Sólo quiero descubrir qué sigo necesitando de ella, de qué estoy enamorado, ¿entiendes? Es evidente que no puedo amar una ausencia, un fantasma, un ser sin nombre ni mirada. Además, si le extrañara mi yo lucharía por sobre todas las cosas para tratar de recordar su color favorito, su blusa preferida, el autor que la cautivaba... Este sentimiento me conduciría hacia ella, ¿ves? El punto es que no es así, sin embargo, sigue existiendo algo... ese algo que la hace permanecer en mis pensamientos: ¿qué necesidad está cubriendo?




Mario se quita los lentes, se talla los ojos, se rasca la oreja con la que escucha mejor, busca una respuesta en la hoja dominical, la estatua de María con rostro doloroso; nada. Necesidad de querer necesitar de alguien, tal vez. "Te propongo algo, Claro de Luna, mi nostalgia tomando un café sin azúcar con tu ausencia frente a un pájaro herido".




***




--Dicen que la insulta muy feo. La humilla demasiado. A veces pienso que ambos lo disfrutan...


--Ella jamás me lo ha comentado --Solía responder la señora Figueroa cada que se le comentaban cosas como esas --. Además, mi hijo sería incapaz.




DULCE OLVERA

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