
El cielo había ocultado su color azul entre nubes grises y dispuestas a llorar con cualquier empujoncito de un viento lejano que pronto se acercaría y dejaría de ser lejano. Los pájaros intentaban volar hacia cualquier refugio salvo cables o antenas de ciudad, pero la fuerza de la futura humedad y gotas los conducían a su origen del vuelo. Mario se cubre la boca con su bufanda vino, la veintiúnica que tiene o que ha logrado encontrar entre su armario aquella mañana de jueves o lunes --martes definitivamente no--. Tiene frío y comienza a frotar sus manos para combatir los nervios.
Ella llegará en cualquier momento y no la ha visto en dos semanas. Su serenidad personificada y abrazable suele ausentarse sin razón aparente hasta que de pronto hace sonar teléfonos a media noche y cita por cafés sin importar que Mario esté harto de servirlos una y otra vez. A dos sorbos de su llegada, ella lo ha hecho olvidar todo su alrededor y mantener su mente en el presente. Mario está siendo el Mario que gusta ser. Toma su mano y le acaricia su dedo entablillado, no le cuestiona el porqué ni el cuándo dejará de tenerlo así; sólo lo conciente y le sonríe.
--Esperarte me regala vida, ¿ves? Pero añorarte me la resta y mi tiempo resulta ser el mismo. Eso no importa: estás aquí y puedo sentir tu esencia a mi lado. Tu ausencia ha dejado de ser ausencia y ahora tiemblo como un perro asustado. No sé qué decirte ni qué omitir. Sólo puedo transmitirte mi alegría sonriendo y rascando mi oreja --confiesa Mario.
--No entiendo por qué vine. Trato de alejarme todo lo posible de ti y siempre termino corriendo hacia ti (quizá literalmente)...
--Hoy llegaste caminando e incluso me diste un abrazo natural...
--No me interrumpas, por favor. Estoy tratando de despedirme una vez más. De terminar algo que ni siquiera sé qué sea. Me frustra intentar adivinar cómo tratarte y obtener la respuesta que quiero. Quizá no la que necesite ni la que puedas darme. Quiero tener lo que quiero, ¿entiendes? Y tú eres incapaz de dármelo. Tú no sabes otra cosa más que amar.
--Desearía no fuera necesario desear saber hacer otra cosa. Sin embargo te equivocas: sé hacer muchas otras actividades, no obstante, amar es lo único que necesito.
--Tú estás enamorado de todo, menos de mí. Mejor dicho --aclara aquella mujer con diadema rosa, cabello castaño corto y servilleta en la mano derecha--, estás enamorado del Mario que eres cuando estás a mi lado, no de mí.
--... la satisfacción, orgullo propio y egocentrismo no son amor, son simples factores de la vida así como pintarse las uñas de azul o brincar la cuerda veinte veces por las noches. Amar es hacer eso mientras piensas en lo que dijo tu aquella mientras se limpiaba la boca con una servilleta beige así como ésta --termina de argumentar tomando la servilleta de Claro de Luna.
--Tú no te pintas las uñas de azul, Dios, estás diciendo puras incoherencias. Acepta que jamás te has enamorado de alguien y déjame en paz. Toma tu servilleta y recuerda esto mientras saltas una cuerda que aún no has comprado ni sabes dónde las venden: te amo, mas odio hacerlo; pienso en ti, mas aborresco no poder evitarlo; te deseo, pero desearía arrancarte tu putrefacto sexo aquí mismo frente a todas estas personas que creen que eres normal. No soy tu objeto, Mario.
La mujer se ha ido, dejado una servilleta llena de vilé y residuos de frapuccino de mango sobre la mesa, justo alado de un puño apretado. Los pasos de la mujer han sido rastreados por una mirada de ojos miel desepción. La espalda de la mujer ha sido observada por un hombre, cuya memoria guardará ese momento por el resto de sus noches, viajes en camión y sobretodo, sorbos de café americano.
***
Mario ha vuelto a visitar a su madre. Cata aún está en la escuela, pero no tarda en llegar y confesarle que ha roto un pedal de su bicicleta. La señora Figueroa le ha ofrecido un café al llegar y él ha recordado todo lo anterior mientras el agua hervía y él se aproximaba al único sillón sin mordidas de aquél perro Beto (q.u.e.p.d.). Ya sentado, comenzó a cuestionarle directamente sobre Claro de Luna.
--Mira, sé que soy muy reservado en cuanto a mis relaciones interpesonales y que sólo la viste una vez durante los dos años que hemos estado juntos. Hace una semana traté de sacacarle algo a papá, pero ya ves cómo es: habla sobre otros temas para evadir los problemas o dudas serias; su vida siempre debe ser divertida y cero conflictiba. En fin, tengo esperanza en que tú sepas algo... por lo menos su nombre. Madre, no sé qué pasa. No la he visto en seis meses, desapareció totalmente y por más que pienso dónde buscarla o a quién preguntarle sobre ella... pareciera que tengo un bloqueo. Quizá mi mente me está ocultando algo... Ayúdame, madre.
La señora Figueroa ha escuchado atenta mientras mezclaba el azúcar con el café y soplaba un poco para disfrutar del aroma. Ha suspirado y teme comenzar a hablar. Está confundida y decepcionada dado que su hijo sólo la ha visitado para preguntarle el nombre de una mujer que en su vida ha visto.
--No quiero entusiasmarte con palabras. Si tu mente ha olvidado su nombre, ha hecho bien. Seis meses es demasiado y debes aceptar que no volverá...
Mario ha aventado la taza de café recién preparado y tomado del cuello a su madre. La ha empujado hacia la pared para sentir mayor dominio de la situación y la ha amenazado con la mirada: si no le aclara su duda es capaz de asfixiarla e impedirle absorber aroma a café para el resto de su no existencia.
--Sé que ella existió, existe y existirá. Y podría jurar que tú sabes dónde demonios está y por qué se ha alejado de mí. Maldita sea, madre --la ha sujetado esta vez de los dos hombros-- ella no sabe amar y yo debo enseñarle, ¿me entiendes? Todo esto es por su jodido bien... ¿está aquí?
Mario comienza a caminar por toda la planta baja de la casa. Inconscientemente sabe que no podría estar entre las cortinas ni en el baño ni entre el librero ni debajo de la mesa de la cocina, sin embargo, la ha buscado y gritado cualquier cosa menos su nombre, no lo sabe, no lo recuerda: tal vez nunca se lo dijo o nunca lo escuchó.
***
Mario y ella acaban de terminar de hacer el amor. Afuera deben ser las dos o tres de la mañana. Él se ha parado a prepararle un sándwich mientras ella se viste con lo primero que encuentra tirado en el piso.
--¿Qué harías si nos separaramos algún día?
--No creo que eso suceda, para qué pensar en ello.
--Todo puede pasar, Mario. --Ha dado la primera mordida a su cena madrugadora-- ¿En qué pensarías?, ¿cuánto tiempo te llevaría olvidarme?, ¿sabrías por qué me alejo?
--Iría a la iglesia y le preguntaría a Dios por ti.
--Pero tú eres agnóstico, marcianista o qué sé yo...
--Todo puede pasar, N...
***
Mario se ha despertado agitado: su nombre empieza con la letra ene. Tan sólo una después de la eme de él. Ahora ha recordado que de niño sacó la tapa de una lata de refresco justo en la ene. Ahora ha recordado por qué se emocionaba siempre que tocaba la letra ene en el juego de basta. Ahora ha recordado que en el edificio ene de su preparatoria tomaba la clase de Biología, cuya maestra dijo alguna mañana cierta frase que una mañana de ocho años después le comentaría a Ene y Ene reiría tapándose la boca. Mario ahora entiende muchas cosas, esto es, quiere entenderlas así porque si de algo está seguro es que el nombre de Ene no comienza con esa letra, y que extrañarla todos los días sólo lo ha debilitado cada vez más: ha dejado de rascarse la oreja y ha estado apunto de estrangular a su madre. Aquella señora Figueroa que en estos momentos debe estar releyendo la carta que le escribió Ene un 23 de abril del año algo.
(continuará...)
DULCE OLVERA
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