
Escuché que para recordar
hay que olvidar,
y decidí recordarlo
escribirlo
eternizarlo,
¡gritártelo aunque no sepas
escuchar ni observar!
Prendí un cigarro y
me dispuse a resignificar
mis recuerdos:
te olvidé
en diferentes niveles.
El último trago del café
fue símbolo del festejo de tal logro.
Aunque yo no lo buscara,
planeara o exigiera...
pasó.
Te olvidé.
El hecho de inventarme vivencias
en el pasado
resultó contraproducente:
el exceso de imágenes
ajenas e irreales
me ahogó en deseos por verte.
Mismo deseo insoportable
que me hizo olvidar.
Para recordar hay que olvidar,
para recordarnos con sonrisa en la mirada
hay que olvidar
lo imperdonable
lo sensorial
lo incondicional.
DULCE OLVERA
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