sábado, 10 de abril de 2010

Algo y nada


Había una vez una niña muy feliz llamada Gretel. Feliz ese día, claro. Mañana quién sabe cómo se sentiría en esa parte del mundo tan alejada de todos y de todo. Y sí, todo. Los que vivían ahí no se podrían considerar "del mundo": eran anormales. O humanos. Como lo quieras ver.
Gretel vivía en una especie de lugar que no sé quién podría llamarlo bonito, más bien, bonito para quién. Para ella lo era o quizá no sabía qué realmente era bonito: toda su vida había vivido ahí. Cuál vida... sólo tenía 13 años.
Tenía al mar rodeándola, como todos los continentes, pero ella podía verlo y sentirlo muy de cerca. O sólo era un largo enorme. ¿Qué importa? Podía nadar en él y jugar con su oleaje. Eso sí es bonito. En su casita vivían su mamá y ella. El papá no sé dónde vivía, pero vivía. Gretel sí sabía y lo veía casi diario. Tampoco sé si lo quería, pero Gretel quería y mucho. Más bien, sabía cómo querer. Amar incluso.
Ella sabía amar. Esa mañana fue feliz porque su radio no tenía pilas y no había podido escuchar canciones de desamor en cada estación que pasaba, buscando las noticias matutinas y enterarse que la crisis de acullá iba cada vez peor, que el presidente de Polaroid había muerto o sido asesinado, que pasarían un reportaje de inicio a fin de un infanticidio o que ya era el último día para registrar los celulares. Gretel siempre se espantaba al escuchar esta última noticia. No sabía qué eran los celulares, pero le aterraba escuchar que insistieran tanto, hasta ganas desesperadas le daban de conseguir uno dentro de la malesa, registrarlo y poder seguir viviendo tranquilamente.
En fin, ninguna canción de amor se le había metido entre las entrañas para recordarle que la personita "que tenía su corazón" le había dejado de hablar, se había ido a Timbogtú o se había ido con su vecina. No se acordaba de la razón, sólo sabía que ya no debía amarlo. No porque ella quisiera, sino porque las canciones lo decían. Gretel sabía que nada dura para siempre, que todo es transitorio, incluso los sentimientos, y que esa personita ya había dado todo lo que tenía que dar y que era interesante conocer otras personas, aunque "nadie fuera como él", pero al parecer, lo había olvidado. Las canciones le restegaban otras cosas...
Esa mañana Gretel fue muy feliz porque no escuchó nada de eso, sólo el pío pío de algunos pájaros extraños de todos colores, menos naranja con verde. Y al pescador gritar a la comunidad que ningún pescado había salido con un líquido negro extraño y espeso. Por esa razón o por floja, Gretel no se bañó ese día y aprovechó ese tiempo en lavar los trastes del desayuno mientras pensaba en el libro que estaba leyendo. Mientras su madre no terminaba de desayunar porque era de esos días en que la depresión le volvía por lo malo que había sido su esposo con ella. Al parecer, la señora necesitaba canciones de esas para sentirse más en ambiente a su estado de ánimo. Gretel sabía cómo se sentía, pero no encontró otra forma en apoyarla más que lavar los trastes y guardarlos ordenadamente y hasta por colores. Y después, darle un abrazo.
A pesar de que todo lo que la rodeaba estaba en muy malas condiciones, Gretel salió a caminar para ver qué encontraba por ahí. No todo podía estar tan mal. Cerca del pastizal con las mosquitas, vio la sombra de alguien, cambió su mirada de aquel pasto amarillito hacia el dueño de esa sombra; era un anciano. La experiencia andando. En realidad, estaba sentado. Creo que no había notado la precencia de la pequeña, ya que se encontraba de espaldas y no sólo hacia Gretel, tal pareciera que ¡le estaba dando la espalda al mundo! Gretel trató de articular algo, pero sólo se quedó con la boca abierta. ¿Qué podría decirle? Pero cuántas ganas le dieron de decirle algo. Entonces, lo hizo:
-...Algo. Dijo Gretel.
-¿Dónde? Respondió emocionado el anciano, saliéndose de su eterno trance.
-... Ehmm... Ahí, dijo dudando la niña mientras señalaba lo primero que vio con aquellos ojitos verdes olivo.
-¿Algo? Ese es un tronco caído o tirado, seguramente. Contestó mientras giraba su tórax para darle la espalda de nuevo al mundo.
-Bueno, mmm... Nada. Le gritó con toda la seguridad que serviría para hacerlo volver a ver el mundo.
-Ya lo sé. Dijo sin mover un músculo, sólo los de su lengua.
Gretel se rascó su cabellito, moviéndo la diadema de ositos que se había puesto ese día (el que fue feliz) y le dijo con toda la paciencia que pudo después de un pequeñito suspiro:
- Si ese tronco se cayó es algo, si ese tronco fue cortado es nada. Ni usted ni yo lo sabemos, para qué atormentarnos en tratar de averiguarlo. Mejor tratemos que no vuelva a haber uno así. Es decir, cortado. Lo otro es cosa de la naturaleza, ¿no cree? Finalizó con un tono amistoso.
- Y, ¿cómo vamos a evitar que vuelva a pasar? Por más que haya un millón de castores que no quieran que lo hagan, habrá 2 millones de cuervos que lo harán, matando la ilusión de esos castores que, finalmente, morirán o se convertirán en cuervos.
- ¿Tiene hambre? Le preguntó al verlo sentado como si lo hubiese estado por 57 años, queriendo cambiar la conversación.
- ...Algo... Digo... un poco.
- ¿Para usted el hambre es algo? El hambre debería ser nada. Dijo al aire. Pero ese algo en usted es porque usted quiere, por eso sí es algo. Le gritó enojada. Usted no come porque no quiere enfrentar a la realidad de nuevo, después de haber estado solo por varios días...
- Tengo hambre de falsedad. Tener hambre de verdad te pudre más. Pero tampoco quiero falsedad. Necesito necesitar algo. Pero sólo hay nada en todos lados.
- ¿Siempre ha sido así? Finalmente le preguntó Gretel.
- ¿Qué ha sido así siempre?
- La vida...
- No. Contestó con tono obvio.
- ¿Antes usted quería algo?
- No porque me llenaba de nada. Ese nada que el mundo te da a diario y que te hace sentir vivo, persona. ¡Gente normal!
- Yo también quiero algo. ¿Dónde podremos encontrarlo? Dijo con ilusión.
- Supongo que en uno mismo... sólo ahí nadie puede meterte nada, sólo si tú no te dejas. Si te vacías y esperas ese algo.
- Entonces, tal vez ese algo sea el vacío. Pero un vacío que diario se llena de distintos algos.
- Creo que eso que me acabas de decir será mi algo de hoy. ¿El tuyo?
- Saber qué es un celular. Ayer fue saber por qué las ardillas tienen la cola tan así...
- Tus dos algos son estúpidos. Pero más el primero, ojalá nunca lo sepas. Y si lo sabes, será nada. No será algo, pequeña.
- Usted no puede definir qué es algo y qué es nada, entonces. Tampoco yo, olvide lo del tronco. Nadie sabe qué es algo y qué es nada, pero cada quién puede clasificarlo a su antojo. Yo me retiro... no estoy dispuesta a sentarme a su lado a esperar saber cómo obtener algo. De todas formas, nada también es necesaria, a veces, para obtener ese algo. Y si no me entiende, pues, trate o ignore. Allá usted y su algo. Mi algo y yo nos vamos a tocar la guitarra...
Dijo Gretel al anciano mientras se alejaba hacia su casita. El anciano, esta vez con la cabeza volteada totalemente hacia la niña, la vio irse entre los rayos del atardecer de aquel día en que Gretel era una niña muy feliz llamada Gretel.


DULCE OLVERA





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