
Tomó su turno y fue a buscar un asiento lo más cerca posible, pues
sus gordas piernas no le permiten caminar mucho. 21, turno 21. Sus pasos son
tambaleantes. Pobre señorita Guayaba, tan amarilla y tan redonda que poco le
falta para comenzar a rodar, y estamparse contra la pared en vez de poder apoyarse
en ella y aminorar la travesía. Por fin logra sentarse; el viacrucis ha
terminado. Para variar, la silla tiene dos chicles pegados debajo.
La
señora Fresa, sentada a su lateral izquierdo, se pregunta qué tendrá ella. A
simple vista luce sana, aunque un poco nostálgica. "Cof, cof",
saca de alguna parte de su rojo cuerpo. Ese ruido hace percatar a la señorita
Guayaba que hay alguien a su lado. De no haber nacido con esa forma corporal,
podría voltear y mirarla sin esfuerzo. Ahí, sentada, brillando con su sano
sombrero de hojas verdes y, ¡cielos!, con una horrible herida en su brazo
derecho… por suerte, la señora Fresa es zurda. ¡Es una mordida! ¿Le dolerá
mucho o ya se acostumbró? ¿Será posible acostumbrarse más fácil a un dolor
físico que a uno emocional?
¿A qué viene usted?, al fin pregunta la Señora Fresa para quitarse la duda de una vez e iniciar una conversación: la espera será larga. No sé exactamente... extracción, supongo. Yo fui víctima de una mordida, le cuenta con un tono de orgullo sin que la haya cuestionado la guayaba ni el lector, pues el narrador ya lo ha informado con anterioridad.
Tras un largo suspiro de
la señorita Guayaba y una breve desilusión de la señora Fresa por no ser capaz
de incitar a un diálogo con duración considerable, la del suspiro lanza una
pregunta relacionada con la mordida: Disculpe el atrevimiento, pero el narrador
y yo nos cuestionábamos sobre el dolor… en su experiencia, ¿qué duele más?, ¿el
físico o el emocional? Ante aquella duda, el silencio volvió entre las frutas.
La señora Fresa reflexionaba y recordaba “en su experiencia” mientras la
señorita Guayaba se entretenía viendo al final del pasillo al enfermero Coco
batallar con una pila de sábanas que cargaba entre sus brazos le obstruían la
vista. Sus piernas lo llevaban de un lado a otro, incluyendo hacia adelante y luego
hacia atrás.
Depende mucho, finalmente
contestó con voz dubitativa. Porque en primera, el dolor físico puede provenir
de diversas partes del cuerpo. Hay zonas más sensibles que otras. El dolor
emocional, por su parte, tiene esa peculiaridad de refugiarse en el pecho, en
el estómago y luego fragmentarnos por dentro hasta obligarnos a reconstruirnos
interiormente, concluyó la señora Fresa después de escuchar un molesto ruido al
final del pasillo. ¡Coco! Ten más cuidado con esa charola de sábanas, se
escuchó desde la puerta del consultorio del doctor Chayote. Era la enfermera
Kiwi que había salido para hacer pasar a la señora Fresa mientras despedía a
una manzana podrida que se desplazaba lentamente con ayuda de su fiel bastón. No
olvide tomar sus medicinas y la esperamos la próxima semana. Eso si llego,
bromeó temblorosamente sobre su propia muerte.
Los pasos de la anciana
manzana fueron tan paulatinos que le dieron tiempo a la señora Fresa de
despedirse cordialmente de la nostálgica Guayaba y prometerle reanudar la
plática en “quizás una futura cita”. Gracias enfermera Kiwi, le dice mientras
entra al consultorio. Buenas tardes doctor, logra escuchar la señorita Guayaba antes
de que se cierre la puerta.
Dolor..., susurra desde
la banca blanca vecina de la que en algún momento, perteneció a la señora del
peculiar sombrero verde. ¡Pero es que esto duele más de lo que el dolor pudiera
significar! Hubiese recargado su cabeza sollozante en sus manos de no ser por
su ya mencionada gordura. Eso la hace sentirse más impotente e irritada le
pregunta al narrador por qué eligió “sollozante” o “gordura” en vez de algo más
original y alentador, respectivamente.
¿Tan mala la cosa, hijita?,
escucha desde la última banca de la fila de la sala de es-pera y vuelve a
indignarse con el narrador. Ella creía que se encontraba sola, pero al parecer
por no decir por órdenes de quien relata, el señor Melón llegó sin hacer ruido.
Al no obtener respuesta salvo una sonrisa fingida con ganas inmensas (incluso
ella, la sonrisa) de llorar, el nuevo personaje en escena se incorporó conmovido
con la intención de acercarse a la señorita Guayaba y regalarle un abrazo
melonudo.
No obstante, optó por
seguirse derecho hacia la máquina de café al percibir su expresión y suponer
que la incomodaría. Mientras sus lustres zapatos nuevos rechinaban los
cuadritos del piso, la señorita Guayaba cerró sus ojos al avergonzarse de su
reacción. Pero tuvo que abrirlos inmediatamente cuando el “¿Lo quiere
americano?” llegó a sus oídos.
La mirada recién abierta
se cruzó con los ojos del Melón. Yo, narrador, ignoro con qué expresión, ya sea
de agradecimiento, repulsión o incluso ira… en ese momento me distraje… Quizá
fue ese acontecimiento borrado de la historia o el dueño de los lustres zapatos
se percató que no traía suficiente cambio, pero decidió alejarse de la máquina
y no volver a dirigirle la palabra hasta que después de diez minutos, la
señorita Guayaba fue quien inició la charla:
--No soy la narradora omnisciente como para introducirme en sus
pensamientos o saber exactamente que no hemos hablado por diez minutos, pero seguramente
viene aquí por alguna enfermedad, ¿cierto? Le ruego que sus aprendizajes logren
fusionarse y aterricen en lenguaje frutal para poder contestarme, ¿es peor
estar enfermo físicamente o del alma?
--Señorita--inclinó su cabeza y se quitó el sombrero--, en mis 76
años frutales jamás he logrado conectar mi mente y corazón con mi boca. Yo no
hablo ni expreso, sólo actúo. Sólo doy abrazos o café; no soy capaz de
comunicarme.
Y así como quien relata había decidido introducirlo a la historia
con tal de que hubiera una máquina de café en aquel hospital con publicidad de
un mango sonriente sosteniendo una taza roja con café capuchino, a través de
una elipsis desapareció al Melón: al siguiente parpadeo de la señorita Guayaba
sus ojos pudieron verlo meterse al elevador mientras el enfermero Coco salía
acompañando a una paciente más hacia la sala de espera.
Una señorita Sandía le
agradeció con el acostumbrado “joven” y se sentó de tal manera que su perspectiva
era la espalda de la señorita Guayaba y una puerta del laboratorio de Rayos K. Dado
que la protagonista de la historia tenía una forma corpórea que le
imposibilitaba voltearse e interactuar con la señorita Sandía, el narrador no tuvo
más remedio que concluir súbitamente la consulta de la señora Fresa y hacer a
la enfermera Kiwi hacer pasar a la señorita Guayaba a su “extracción, supongo”.
¿Rayos K?, se preguntó
mentalmente la señorita Sandía. El letrero debe estar errado, ¿no debería decir
Rayos V?
DULCE OLVERA
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