
Para variar, el día está nublado en Kinshasa, la capital del tercer país más grande del continente africano. Bene detestaría que comenzara a llover: sus planes de practicar Je vois la vie en rose en violín se verían interrumpidos vilmente; sin mencionar que ya llevaba dos horas en la introducción y no podía llegar a su parte favorita: “Quand il me prend dan ses bras et il me parle tous bas, je vois la vie en rose” , en la cual –tenía pensado-- cerraría sus ojos y evocaría a su aquél tras un suspiro.
Todos en la zona ignoraban dos cosas sobre aquella mujer con la eterna sonrisa: cómo había adquirido el instrumento dado que las carreteras son escasas en aquel país y dos, por qué tenía nombre de hombre. Bene estaba consciente de eso: al ser ciega, tenía muy bien desarrollado el oído y escuchaba los murmullos de los kinsasas. “Pobres individuos, ignoran que Mujinga vino a mí por propia voluntad”, pensaba. Bene, al ser animista, considera que su violín tiene alma e inteligencia, por lo tanto tiene derecho hasta de poseer un nombre.
Son las tres de la tarde y ella sigue sentada en su silla verde frente a las partituras tocando una y otra vez la introducción de aquella canción de Edith Piaf; ¿acaso los invidentes no son dignos de tener un atril para sentirse acompañados? Sin embargo, la bella mujer –con paliacate en la cabeza-- no lo coloca por eso: alado de la reja verde de su patio, suele escuchar a las personas pasar por la terrosa calle entre negocios y palmeras, y uno que otro incluso le grita: “Hey, Bene, ya cambia de canción”; “Saludos a tu Malïaka y Wamba” (sus hijos, este último producto de una violación) o el acostumbrado “Buenas tardes”. No, Bene saca el soporte de partituras para que tanto el bote amarillo como la llanta, los cuales siempre han estado en el patio desde que tiene memoria, crean que sabe leer.
Bene nunca pudo asistir a la escuela por falta de recursos económicos: para su mala suerte, fue la última de seis hijos y ya no gozó de la “buena racha” de la familia gracias al negocio de minería de su padre, el cual fue saqueado durante la guerra civil. En realidad, esa no era la causa de su vergüenza, sino el hecho de que el bote y la llanta se percataran de su ceguera; también resultado de dicha guerra contra la dictadura de Mobutu Sese Seko.
En cuanto al poste alado de la llanta no se acongoja: está segura que está enamorado de la sombrilla de colores de la que Malïaka le ha platicado con tanta emoción. “No ha de hacer otra cosa más que contemplarla”, se imagina. E inmediatamente entristece, ¡qué no haría ella por poder ver a su aquél! Admirar sus ojos, mirada y con ello conocer su alma; deleitarse con su sonrisa seguramente contagiosa e incitadora de sonreír aun más que él. “Je vois la vie en verte” , dice comúnmente al aire y a las flores que acostumbra regar durante la mañana dentro del remolque donde vive. Pero sobre todo, repite constantemente a sus yemas (sus ojos):
-Cuando regrese, si es que lo hace, acaricien cada parte de él y recuérdenme cómo es…
NOTA: Je vois la vie en verte es un juego de palabras entre "Yo veo la vida en verde" y "Yo veo la vida en verte".
Referencia Andrew McConell. Primer lugar de World Press Photo 2011 categoría arte y entretenimiento. Edith Piaf, Je vois la vie en rose.
Todos en la zona ignoraban dos cosas sobre aquella mujer con la eterna sonrisa: cómo había adquirido el instrumento dado que las carreteras son escasas en aquel país y dos, por qué tenía nombre de hombre. Bene estaba consciente de eso: al ser ciega, tenía muy bien desarrollado el oído y escuchaba los murmullos de los kinsasas. “Pobres individuos, ignoran que Mujinga vino a mí por propia voluntad”, pensaba. Bene, al ser animista, considera que su violín tiene alma e inteligencia, por lo tanto tiene derecho hasta de poseer un nombre.
Son las tres de la tarde y ella sigue sentada en su silla verde frente a las partituras tocando una y otra vez la introducción de aquella canción de Edith Piaf; ¿acaso los invidentes no son dignos de tener un atril para sentirse acompañados? Sin embargo, la bella mujer –con paliacate en la cabeza-- no lo coloca por eso: alado de la reja verde de su patio, suele escuchar a las personas pasar por la terrosa calle entre negocios y palmeras, y uno que otro incluso le grita: “Hey, Bene, ya cambia de canción”; “Saludos a tu Malïaka y Wamba” (sus hijos, este último producto de una violación) o el acostumbrado “Buenas tardes”. No, Bene saca el soporte de partituras para que tanto el bote amarillo como la llanta, los cuales siempre han estado en el patio desde que tiene memoria, crean que sabe leer.
Bene nunca pudo asistir a la escuela por falta de recursos económicos: para su mala suerte, fue la última de seis hijos y ya no gozó de la “buena racha” de la familia gracias al negocio de minería de su padre, el cual fue saqueado durante la guerra civil. En realidad, esa no era la causa de su vergüenza, sino el hecho de que el bote y la llanta se percataran de su ceguera; también resultado de dicha guerra contra la dictadura de Mobutu Sese Seko.
En cuanto al poste alado de la llanta no se acongoja: está segura que está enamorado de la sombrilla de colores de la que Malïaka le ha platicado con tanta emoción. “No ha de hacer otra cosa más que contemplarla”, se imagina. E inmediatamente entristece, ¡qué no haría ella por poder ver a su aquél! Admirar sus ojos, mirada y con ello conocer su alma; deleitarse con su sonrisa seguramente contagiosa e incitadora de sonreír aun más que él. “Je vois la vie en verte” , dice comúnmente al aire y a las flores que acostumbra regar durante la mañana dentro del remolque donde vive. Pero sobre todo, repite constantemente a sus yemas (sus ojos):
-Cuando regrese, si es que lo hace, acaricien cada parte de él y recuérdenme cómo es…
NOTA: Je vois la vie en verte es un juego de palabras entre "Yo veo la vida en verde" y "Yo veo la vida en verte".
Referencia Andrew McConell. Primer lugar de World Press Photo 2011 categoría arte y entretenimiento. Edith Piaf, Je vois la vie en rose.
DULCE OLVERA
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