domingo, 12 de junio de 2011

¿De qué estás enamorado?, Mario (I Parte)




"¿De qué estoy enamorado?", escuchó Mario entre sueños. Al abrir los ojos y ver gris el techo de su cuarto se percató que por fin había logrado conciliar el sueño, pero se había autodespertado. ¿Cuánto tiempo durmió? Quizá sólo quince minutos. Suficientes para ahora pasar dos horas y media tratando de deducir por qué se preguntó "de qué" en vez del normal: "de quién".



Conociéndose, prefirió incorporarse de la cama. Se talló los ojos con la palma derecha, estiró los dedos de los pies --tic desde niño-- y comió la última galleta que había dejado en su buró mientras leía Como agua para chocolate. Tratando de pronunciar el nombre de su ella se colocó sus lentes y esta vez vio la sombra de la oscuridad con toda claridad. Descalzo, se dirigió a la cocina y se sirvió una copa de vino (en realidad lo hizo en una taza de oso de navidad). La tomó de un jalón y se rascó la nariz. Intentó una vez más pronunciar su nombre... nada.



Mario, en calzoncillos, descalzo, enmedio de su cocina y con una taza de oso de navidad vacía, miró el reloj: una y media de la madrugada. Luna ausente. Estrellas lejanas ocultas por la luz de una ciudad joven. Ante tanto silencio y aparente soledad: nunca falta el grillo y su melodioso kick kick (nota, investigar interjección de grillos), suspira, estornuda, se rasca el otro lado de la nariz, lava la taza, vuelve a servirse vino, arroja la taza a la pared, comienza a rascarse desesperadamente todo su cuerpo y cae al suelo. Mario no está bien.



***



El reloj marca 8 y cuarto de la mañana de aquel 40 de mayo. Mario decidió pasar la noche en el piso de su cocina en vez de volver a aquella cama vacía, sin sábanas y sin aroma de haber hecho el amor. Prefirió que el amor lo hiciera frente a un refrigerador; no lo logró. Desayunará hot cakes si esta vez logra que la masa no se expanda dentro del sartén. "Debes esperar a que se caliente bien", escucha dentro de su mente. Es su voz. ¿De verdad alguna vez le dijo eso o es parte de sus innumerables fantasías y especulaciones? Se rasca el cuello y deja calentándose el sartén mientras va a hacer su primera necesidad fisiológica del día.



--Buenos días, Canadá. Le dice dulcemente a su planta al pasar cerca de ella.



Mario escucha el teléfono entre el ruído del retrete "jalándose", una puerta de madera y los ladridos del perro-gato de su vecina. Da prioridad a lavar sus manos, colocarse el pantalón de su pijama y salir tranquilamente del baño.


--¿Bueno?, contesta rascándose la oreja no tapada por el auricular.

--Cabrón, necesito tu bicicleta.

--¿Para qué?

--Para andar en bicicleta.

--¿Vienes por ella?

--No puedo.

--¿A qué hora la necesitas?

--Ahorita. Sí madre, ya voy. ¿Sí puedes, Mariito?

--Te la llevo en una hora.

--¡Muchas gracias!, por cierto... buenos días.


Catalina ha colgado sin esperar una respuesta, su transporte de dos ruedas viene en camino.


--Desearía que lo fueran. Contesta Mario cabisbajo y aún con la mano en la oreja con comezón.


Antes de tratar de recordar de nuevo su nombre, nota que el sartén está ardiendo. Apaga la estufa, mete una cuchara dentro de la masa de la tía Memma --en realidad de una marca más barata-- y se la mete a la boca. Saca un envase de leche del refrigerador y, recordándo que no permitió que el amor lo hiciera, azota la puerta. Bebe un poco para pasarse su desayuno express y escupe gran parte en el fregadero. Abre la llave para enjuagar su seudovómito y se rasca su palma izquierda.


Dentro de su cuarto, toma la camisa de ayer, el pantalón del jueves y los zapatos de siempre. Se peina con sus dedos al ver el cepillo lejos de su alcance y sale al patio por la bicicleta. "¿De qué estoy enamorado?", se cuestiona mientras se sube y empieza a pedalear rumbo a casa de Cata.


***


Durante el camino, el viento golpea su cara, esquiba autos, peatones sin cultura, perros despistados y una que otra hormiga sin saberlo. "¿Por qué se dice el agua en singular y las aguas en plural? Ahora resulta que es bi... el agua no tiene sexo", divaga en la bajada de la calle Lafragua para evitar sentir nervios y especular cosas horribles como el caerse, fracturarse el cráneo y no volver a recordar nunca. Como si su memoria le sirviera del todo: el nombre de su ella se ha ido, se ha quedado dentro de un charco de lluvia de junio del año 6903 en el planeta onceavo de algún sistema solar ajeno a nuestra Vía Láctea. Lejos, pues. O tan extremadamente cerca que no puede verlo, sentirlo ni olerlo. Se ha conformado con evocarla como Claro de Luna. Es perfecto: tan hermoso que sólo puede perbicirse totalmente una vez al mes. ¿Mario está enamorado del Claro de Luna?


--Hola, Mariito. Pasa si quieres --Dice Catalina al abrirle la puerta y dirigirse a la bicicleta sin darle un abrazo o beso como saludo--. Mamá está en la cocina.

--¿Qué tal? Sí, gracias. Cuídala mucho --Le contesta al entregarle la cadena y el candado--. Voy a saludarla... ten. --Le pasa la llave del candado.


Catalina, su hermana, se queda en el patio dando vueltas circulares en la bici tan pequeñas que un compás escolar aún podría marcar unos con mayor radio.

--Buenos días, madre. Dice Mario segundos antes de entrar a la cocina.
--Hola hijo, ¿cómo has estado? --contesta la señora Figueroa mientras come su cereal dietético con leche dietética.

--Bien... provecho.


Esperando a que su madre le invitara un poco de fruta, pan o cereal, trata de inventar una excusa: a pesar de sólo traer un trago de leche y harina en el estómago, no ha tenido hambre desde hace dos semanas, días, horas o algo así. Sin embargo, la señora Figueroa sigue muy ocupada en meter, sacar, masticar y meter la cuchara con y sin cereal además de escuchar en la radio canciones de antaño. (Los radios, la radio... otro sustantivo ambiguamente raro).


--Supongo que te dejo terminar, nos vemos luego. Linda semana.

--Igualmente, hijo --Le contesta antes de sorber el plato en vez de pararse a despedirlo con un abrazo, beso o palabra dulce maternal--. Después de todo, no iba para allá desde hace seis o siete meses.

--Cuídate, Cata. Susurra a su hermana al emparejar la puerta de aquella casa donde pasó dos décadas de su vida principalmente leyendo cuentos de Cortázar y viendo todas las temporadas de Le temes a la oscuridad.

--¡Adiós, hermano!


En la esquina se percata que no trae los cinco pesos que creyó tener en el bolsillo del pantalón del jueves. "La anciana limosnera, claro...". Mientras quita la mueca de su boca y se rasca la cabeza sin gel dado que no se bañó, opta por regresarse a casa caminando. No le quedó de otra más bien. Los rayos solares de las diez de la mañana le hacen compañía. Pareciera como si Mario temiese caerse: no deja de ver hacia el piso, sus zapatos cafés de siempre avanzan un paso, otro y otro. Con sus dos manos en los bolsillos, cantan en su mente, escucha el claxon, al señor de los camotes y finalmente su intacomunicación le permite decir en voz baja: "Cuando me masturbo, pienso en ti, Claro de Luna". Sigue caminando y viendo esos zapatos cafés con historia, mugre y agujetas perfectamente colocadas a su modo.


***


Las campanadas de una parroquia llaman su atención y lo sacan de sus pensamientos. Ve a mucha gente entrar arreglada con vestidos, trajes, perfume, peinados de salón de belleza y uno que otro sombrero. Aún con las manos dentro de los bolsillos, cruza la calle y decide entrar. Al parecer, se celebrará una Primer Comunión Colectiva. Mario necesita de pronto un poco de plática celestial, que alguien lo escuche y trate de sacarlo de muchas dudas que ni siquiera él sabe dudar; decide tomar asiento y esperar que la misa comience.


--¿Por qué no traen velos?

--Porque corren el riesgo de incendiarse.

--Oh, vaya.


Escucha atrás de él antes de cuestionarse cómo iniciar una conversación con Dios, aquel ser totalmente ambiguo. "Hola", termina orando mientras dirige sus ojos miel tristeza al altar. "Quisiera preguntarte cómo estás, pero se me apetece más saber cómo eres. Sé que no contestas, sólo escuchas"...


--¿Y te confesaste?

--No tuve tiempo.

--Yo tampoco.

(Risitas).


"Sabes, la poesía es un intento de expresar en palabras experiencias emocionales que en esencia son sin palabras, pero yo no soy poeta y no sé cómo transmitirte mi sentir. Sé que me interesa y la necesito, no obstante... no recuerdo muchas cosas, no sé dónde está ni cómo se encuentra. La extraño".


--Pues resulta que se metía en una maleta, un cómplice lo introducía al equipaje del autobús y ya en movimiento, se salía y comenzaba a tomar objetos valiosos de las otras maletas, ¿tú crees?

--Qué infeliz.


El padre termina de decir algo.


--Amén. Sí, pinche ladrón.


"No necesito que me escuches, ¿sabes? Muero por tenerla a mi lado y descubrir de qué estoy enamorado". Mario salió vertiginosamente de aquella parroquia donde once niños tomarían por primera vez el cuerpo de Cristo. Trató de correr a un lugar solo y comenzar a llorar como no había podido hacer en todo este tiempo sin su ella, mas no encontró algo así: gente, gente por allá, gente más allá... Soledad, ¿dónde estás?


(Continuará...)


DULCE OLVERA

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