lunes, 13 de junio de 2011

¿De qué estás enamorado, Mario? (parte II)



Finalmente encontró un intento de parque a dos calles de aquella parroquia. Había una familia tratando de arreglarle el suéter al bebé más pequeño mientras la madre le gritaba a su otra hija que no se alejara mucho. Mario decidió irse a sentar a un columpio y ensuciar más sus zapatos cafés de siempre dentro del lodo. Si bien no había llovido en meses, alguien seguramente había regado el poco pasto que había en aquel parque que le terminó recordando otro. Ese donde Claro de Luna le prometió llegar a las tijilicuatro y 67 min de un martes. Ese día, Mario planeó obsequiarle aquel elefantito con playera azul cielo que alguna vez le prometió en sus acostumbradas conversaciones vespertinas frente a la fuente sin agua y sin forma de ello.



Tratando de columpiarse, recordó cabisbajo las calles que caminó tratando de conseguirlo, encargarlo o mandarlo a hacer. La playera debía ser azul cielo o ella creería que no prestaba atención a cada detalle de lo que decía. Su voz, aún la recodaba... qué necesidad de evocar su nombre verdadero. Seguramente no tenía, seguramente se lo cambió, seguramente nadie la llamaba así, seguramente lo odiaba, seguramente algo: no podía haber olvidado su nombre por nada. Claro de Luna jamás llegó y nunca mencionó el porqué, una disculpa o por lo menos un te veo pronto. Mario ha recordado que los recuerdos también duelen y lo agradece, por fin ha logrado emitir una lágrima. La beberá y su corazón le pedirá más... sus ojos no podrán ir contra la naturaleza y comenzará a llorar como nunca ha podido y tanto necesita él, su dolor, sus recuerdos y sus brazos sin ella.


***


Al parecer se desmayó. Al abrir los ojos ve el cielo con nubes de 2 de la tarde y la mirada curiosa de una pequeña. "¿Estás bien", le ha cuestionado sin saber que de todas las preguntas, es la menos indicada para él en ese momento de ayuno, tristeza y suciedad. Mario está lleno de lodo en la espalda; su camisa de ayer no podrá ser de mañana. Trata de incorporarse, pero un dolor en la cabeza lo hace gemir.



--¿Puedo ayudarte?



--Gracias. Es sólo que... no puedo pararme. --Concluye una vez más viendo las nubes en el cielo de las 2:03 de la tarde y la mirada solidaria de la pequeña.



--Entonces quédate ahí y disfruta el lodo en tu espalda --le sugiere inocentemente--. Se ve que estuviste llorando mucho, quisiera poder regalarte papel, pero mamá se lo terminó cuando fue al árbol a hacer pipí. Creo que necesitas un abrazo, pero tampoco puedo dártelo porque papá me regañaría si lleno de lodo el vestido que me acaba de comprar. Sólo puedo obsequiarte cinco segundos de mi sonrisa: la pequeña sonríe seis y se va corriendo junto a su familia.



Mario, desconcertado y tirado junto a un columpio sonríe un momento y logra pararse. Se sacude un poco y decide esta vez sí volver a casa. El lodo en sus pantalones y camisa le impiden caminar cómodamente, pero no parece importarle. Se siente tranquilo y un poco despejado. Lleva la sonrisa de una niña en su bolsillo y un recuerdo triste tirado en 421,346,534 lágrimas.


***


--¿Papá?-- susurra Mario al teléfono dos horas después de llegar a casa, ya bañado, de pants y con sus pantunflas de Homero.




--Qué milagrazo, compadre. ¿Ese milagro que te acuerdas de uno? ¿Cómo va todo por allá?




--Bien, pá. No ha llovido en mucho tiempo, pero bien.



El señor Roberto se extraña del comentario, pero prosigue preguntándole sobre su trabajo, música y amigos. Jamás menciona algo sobre aquella, como si no existiera, como si jamás se hubieran besado debajo de un árbol sin hojas, sin sombra y de unos 900 años. Como si nunca hubiese hecho a su hijo la persona más feliz.


--Sé que nunca te hablo sobre esto, pero... ¿qué piensas del amor? --le pregunta Mario a su padre con los ojos cerrados por lo vergonzoso de la duda--. Es decir, ¿estás enamorado?



--Vaya hijo, ¿por qué no le preguntas eso mejor a un vagabundo o a un cantante de algún bar por ahí? Sean ellos o yo, te contestaremos lo mismo: el amor es peligroso, pero es lo mejor sueño real que podrías experimentar. De todas sus presentaciones, cuando la otra persona también lo hace resulta ser la mejor. Ante ello se puede crear un mundo alterno, aunque ni uno mismo se percate hasta que aquella persona camina hacia una dirección diferente a la nuestra. Pero sin duda, se ama tanto al amor como a la nostalgia, de otro modo, el cuerpo no lo produciría. La naturaleza es sabia...



(continuará...)



DULCE OLVERA

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