
No tuve más opción que elevar mi índice y parar un taxi en medio de ese aguacero, claxons, truenos, gente corriendo y un par de paraguas anónimos. El carro de cuatro puertas se orilló muy cerca de mis zapatos mojados y dudé unos segundos si subirme adelante o atrás. Finalmente me subí a lado del chofer porque me abrió esa puerta. Parece que los que manejan tienen más capacidad de decidir que los contadores. O no sé, yo soy cajero de un banco que casi nadie conoce, pero que asaltan igual que a Bancomer.
Le dije la dirección de casa tras el acostumbrado buenas noches. Cinco minutos después de haber asentido no mencionó una sola palabra y eso me alegró: no sería de esos taxistas conversadores, a los cuales debo darles el avión durante veinte minutos (30 si hay tráfico). Sin embargo, el ruido de la lluvia mezclado con la voz de una cantante de jazz compitió contra el "¿Usted habla inglés, señor?", pregunta del taxista, duda de César Castañeda --según me informó el tarjetón que colgaba del espejo retrovisor junto con un rosario--.
--¿Inglés? Sí, un poco --No quise cuestionarle el porqué de su pregunta fuera de lugar porque la conversación continuaría y yo estaba muy cansado. Los miércoles siempre estoy cansado.
--Vaya, qué afortunado. Verá, me gustaría saber qué es lo que canta esa mujer... la del radio--especificó.
--Veo.
Pasaron otros cinco minutos para que César se atreviera a pedirme de favor que le traduciera la letra de la canción. Yo ignoraba quién era la dueña de aquella melodiosa voz, el título de la canción, el género, el año en que fue grabada, el nombre de la estación que la emitía y aún así, acepté. Al parecer, mi cansancio me impidió inventar un pretexto para evitar ese bochornoso momento: uno, no hablaba inglés desde sexto de primaria; dos, la mujer no estaba cantando en inglés y tres, evidentemente los comerciales no me salvarían el pellejo pues la canción acababa de comenzar.
"Un giovane uomo riflette, tutta la notte
sarebbe sbagliato, si domanda, o forse giusto..."
Escuchaba en la radio. Comencé a sudar un poco y sonreír de nervios. Aclaraba la garganta para ahorrar tiempo y tal vez un edificio cayera encima del cofre del taxi; eso haría olvidar al chofer el deseo por saber el significado de esas palabras. Pero al tercer "mmtt, mmt" no pasó nada más que lluvia, semáforos, carros, parabrisas y un trueno a lo lejos.
--"Mírate ahí --comencé a articular-- mirando por la ventana lejos de saber que te miro"...
--Vaya, continúe, continúe, por favor--me pidió emocionado y dando vuelta en la avenida que se acercaba a casa. No importaba: había comenzado mi farsa.
--"Las personas pasan, algunos se abrazan, otros charlan. Tú convives con mi silencio y yo con mi deseo de hablarte"...
"...dovrebbe rivelarle il suo amore, osare scegliere
e lei lo accetterebbe, oppure no?..."
e lei lo accetterebbe, oppure no?..."
--"Has dejado de mirar por la ventana. Ahora tus ojos nostalgia se dirigen al suelo, ahí donde he imaginado amarte con locura tantas veces"
--¡Qué maravillosa canción!
El taximetro marcaba $23 y mi corazón mil latidos por segundo. Esta vez deseaba que las llantas del auto se congelaran y tardáramos una hora más en llegar: necesitaba terminar de "traducir" aquella canción, cuya verdadera letra jamás conoceríamos.
"Tumbala, tumbala, tumbalalaika,
Tumbala, tumbala, tumbalalaika
tumbalalaika, suona balalaika"
Tumbala, tumbala, tumbalalaika
tumbalalaika, suona balalaika"
--"Acércate, acércate y recuérdame las palabras adecuadas para decirte lo mucho que aún te amo. Acércate, acércate y recuerda mi voz, mis ojos y mis besos, te amo, te amo".
La canción había terminado y yo seguía traduciendo el "te amo, te amo" como si llevara veinte años necesitando decirlo y no lo hubiese hecho. El taxista Castañeda me preguntó qué casa, le indiqué que se parara atrás del carro amarillo. Le pagué con un billete de 50 y por un momento deseé dejarle el cambio en agradecimiento de aquél extraño momento. Pero callé. Como siempre. Bajé después de un "gracias" sincero y profundo. Cerré la puerta e ignoré las gotas caer, mi saco húmedo y la ausencia de un paraguas.
Entré a casa. Era relativamente temprano y Laura continuaba despierta. Estaba en la sala viendo el noticiario mientras pelaba unos chícharos seguramente para el arroz de mañana. Laura, la dueña de mi "te amo" vestía una blusa naranja que la hacía ver radiante. Al verme llegar sólo sonrió y no preguntó el "¿Cómo te fue" que solía acompañar un abrazo hace diez años. Recordé la canción y acepté lo que mi mente me gritaba: la inventaste para y por ella, pero no eres capaz de contárselo porque iría en contra de la costumbre que han establecido. En contra de esos silencios incómodos eternos. Los silencios profundos se quedaron en aquél parque que hace 25 años los vio besarse y susurrarse.
DULCE OLVERA
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