Los aeropuertos
nunca piensan en aquellos que nos quedamos.
Tienen compartimientos, salas
y túneles para todo,
menos para las despedidas...
No los culpo:
ese lugar no existe.
Ese momento simplemente se vive,
se sufre, se traga
/ jamás se está preparado
ni siquiera para planearlo.
Las distancias, horas, maletas y aviones,
¿qué saben de sus consecuencias?
Cuánto ignoran lo que ayudan a llevarse
entre el viento, nubes y adioses entrecortados.
Las personas que nos quedamos en el puerto terrestre
con una mano despidiéndose
y la otra en el corazón, garganta o bolsillo,
no poseemos boleto u equipaje:
sólo la sensación de lo imposible
que será extrañar.
Entre nosotros nos consolamos:
/ el tiempo pasa rápido
/ va a estar bien
/ se sabe cuidar solo
/ podremos llamarle
Maldita búsqueda de éxito o aventuras
que separa familias, amistades, amores
o las tres juntas de un solo jalón y despegue.
Los aeropuertos nunca piensan
en las personas que nos quedamos,
en aquellas que sólo esperamos el aterrizaje
de regreso.
El saludo y abrazo de bienvenida.
Las maletas deberían de llevarse
estos pensamientos, junto con su recámara,
recuerdos de infancia,
cuidados, peleas, llegadas a casa...
DULCE OLVERA
Vuela, sueña, busca, disfruta, hermano. Te quiero y te esperaré con los abrazos abiertos. ¡Buena viaje!
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