Dicen que para amar se necesitan dos. En esa casa la situación era diferente desde la llegada de Eric o quizá desde antes dentro de la imaginación de alguno de los dos habitantes que ya vivían ahí: Irma y Fabián. El lugar no tenía rasgos particulares salvo el intento de arte contemporáneo en la sala, una especie de retrete florero. En realidad era posesión de la abuela (q.u.e.p.d) de alguno de ellos y por respeto a su memoria, no habían querido cambiarlo por algo más común y corriente, como el resto (incluyéndolos). En definitiva, Eric había venido a cambiar sus vidas monótonas e injertas a la cotidianidad de la era de información.
Su plan no era quedarse a vivir ahí ni mucho menos la de ellos. De hecho, ellos jamás se encargaron de publicar el alquiler de un cuarto. Las cosas se dieron de una forma curiosa, aunque claro, nada por casualidad. Nada es por casualidad. Eric era empleado de una empresa distribuidora de papas para diabéticos tipo II, pero quebró y perdió su puesto. Él siempre les sugirió en el buzón de quejas que debían ampliar su target a tipo I o incluso hipertensos, pero no lo escucharon.
Una mañana, dentro de una tienda 36/5 --en esta historia los días duran 36 horas y no existen fines de semana-- intentó comprar con lo que le sobraba de dinero lo suficiente para cubrir un par de días más su posible hambre. Tenía que dejar de lado sus antojos y lujos. Adiós cigarros, café y brócoli. En el pasillo de sopas y demás unicel instantáneo Irma le cuestionó si sabía usar el microondas.
--Depende de cómo sea. No todos se manejan igual, ¿sabe?
--El mío es grande.
--Mmm, ya veo.
El cajero de la tienda podía verlos conversar desde la pantalla de cámara de seguridad. Los veía en blanco y negro, no sabía que la bufanda de Eric era naranja y los zapatos de Irma también.
--Mira, sé que no me conoces, pero necesito preparar este par de enchiladas y no sé usar eso. Mi novio llega hasta noche...
--¿Por qué no se compra otra cosa que no necesite cocinarse en microondas?--cuestionó Eric con un paquete de sopa en la mano.
--Porque yo quiero enchiladas.
--Suena lógico.
--El punto es que te estoy pidiendo como favor entre desconocido y desconocido con zapatos y bufanda del mismo color que me acompañes a casa y me ayudes a prepararlas. Incluso puedo ofrecerte un poco si se te antojan.
Eric dejó un momento pasar para reflexionar en el posible secuestro planeado con alevosía y ventaja. Sin embargo, antes de contestar, Irma ya lo esperaba en la caja mientras pagaba sus enchiladas y una botella de jugo de tomate. Eric suspiró y le sonrió desde lejos. Afuera de la tienda, ella le pidió que se subiera al auto.
--Creí que vivía cerca de aquí...
--No. Vine hasta acá para que mis vecinos no se den cuenta que no sé usar el microondas...
En el camino, Irma fue escuchando y cantando canciones de Keane. Eric los conocía, pero jamás se sentiría lo suficientemente fan como para cantar obras de ellos frente a una desconocida. Porque para él, Irma seguía siendo una loca desconocida. Para ella, en cambio, Eric se había convertido en su salvador cocinero.
Por fin llegaron a casa. Eric se sentía abrumado por tanto tráfico, gritos desafinados de Irma y hambre; al menos había olvidado por un momento su situación actual de desempleado. Se bajó del auto mientras recibía el regaño de Irma por no haberse abrochado el cinturón. Ambos se acercaron a la puerta y antes de que ella sacara las llaves y abriera, pidió que se presentaran para evitar desconfianzas:
--Me llamo Irma, vivo aquí y me gustan las tortugas... en almíbar.
--...Soy Eric.
--¿Y te gusta el naranja?
--Ehmm, esta bufanda me la obsequió mi hermana.
--¿En Navidad?
--No.
--Bueno, puedes pasar: los que tienen hermanas son dignos de mi confianza.
Del otro lado de la puerta la gata Gayta raspaba la puerta en espera de un mimo de su dueña. Ya dentro de casa Eric se sintió aún más raro. Se rascó el cabello y, después de percatarse del retrete contemporáneo, preguntó inmediatamente por el microondas: quería terminar con ese momento incómodo. Irma le señaló el camino a la cocina mientras cargaba a Gayta y la acariciaba.
--No veo ningún microondas--gritó Eric, pero no recibió respuesta--. ¿Irma?
--Acá--se escuchó dentro del baño.
Minutos después salió y sin aclarar su visita al sanitario, trató de desmentirlo. Se metió a la cocina y le señaló un artículo con botones, orificio transparente y ciertamente era grande, pero no era un microondas, era algo sin nombre.
--¿Entonces no podré cocinar mis enchiladas?--preguntó desilusionada.
--Por lo menos aquí no, lo siento mucho.
--Bueno, qué más da. Iré con el vecino... ¿me acompañas?
--A decir verdad, debo irme.
--¿Adónde, al trabajo?
--Ehmm... sí.
--¿Dónde trabajas? Puedo llevarte.
--No será necesario.
--¿Sabes cómo irte desde aquí?
--Puedo preguntar.
--¿No te quedarás a desayunar?
Eric miró a su alrededor, sujetó más fuerte su sopa instantánea para no sentirse tan inseguro y movió de un ladoa otro su cabeza. Era un no. Irma no insistió más y lo acompañó hasta la puerta. Le agradeció por su tiempo y le deseó un buen día. Vaya que lo necesitaba. Gayta, a su modo, también lo hizo desde la ventana.
(continuará...).
DULCE OLVERA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario