La mamá de Genaro insistía en que ya era tiempo de salirse de la alberca, y ante ello enlistó distintas razones que sólo los adultos considerarían importantes. A su hijo lo único que le interesaba era seguir nadando y sentir su cuerpo mojado. Comenzó a sentir una inmensa sensación de desesperación cuando vio a su madre acercarse dispuesta a jalarlo del brazo y sacarlo.
Ese día era el último de las vacaciones en Manzanillo, por ende, era el último momento que podría estar en la alberca y, sin duda, estaba obligado a esperar hasta el otro verano para volver a ser pez. Eso era mucho tiempo. Tenía que hacer algo para impedir volver a ser un humano durante 365 días seguidos. Sin pensarlo mucho, decidió sumergirse al fondo de la alberca; así de sencillo.
Una vez hecho bolita y sacando burbujas por la nariz comenzó a planear su nueva vida: las necesidades básicas ya estaban cubiertas. Genaro había leído en una de las revistas que su abuelo solía dejar en la sala, que el hombre puede sobrevivir mucho tiempo sin comer siempre y cuando continúe tomando agua. Agua era lo que sobraba en ese lugar. ¿Qué más? Mojado nunca necesitaría bañarse, vestirse ni lavarse los dientes; mucho menos se preocuparía por las lluvias. Su cama sería el piso de la alberca y no necesitaría cobijas por la bendita calefacción. El resto del tiempo nadaría y se divertiría con las personas que diariamente fueran a nadar ahí, a su casa acuática. Serían peces junto con él.
En tres segundos su vida estaba resuelta. Sin darse cuenta, se había deshecho de las obligaciones de ir a la escuela y cortar el pasto los fines de semana. Todo por su sueño de seguir siendo pez. Lamentablemente, no dejó pasar el tiempo suficiente para que le crecieran escamas y sus pulmones de humano le exigieron salir a tomar oxígeno. Instintivamente lo hizo y en ese breve momento su madre logró pescarlo y cubrirlo con una bata. Las vacaciones habían terminado.
DULCE OLVERA
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