miércoles, 24 de enero de 2018

El equilibrio del otoño

CAPÍTULO DIECISIETE

He dibujado un espejo en la puerta del cuarto y me he colocado desnuda frente a él. Quise imaginar qué reflejo me gustaría ver. Pero me descubrí sola y abandonada. Las lágrimas aparecieron para hacerme compañía. 

Afuera el viento no deja de intimidar. Podría casi romper la puerta y liberarme. Me siento tan indefensa que no huiría. 

Tracé unas cuerdas atando mis manos. Ante el dolor de la pérdida, busqué no perder mis dedos, mis uñas, mis palmas, mis yemas. 

Que este viento no me arrebate más de lo que he perdido. El brío, el gusto, la concentración, la sonrisa se han ido. 

Tracé otras cuerdas atando mis pies. La lluvia se escucha y yo solo pienso en mis piernas, mis rodillas, mis talones. No se han ido. Están aquí, conmigo. 

No entres, tormenta; no intimides mis lágrimas. Tú te secarás mañana, pero el origen de mi tristeza hoy ha regado la semilla que brotará nubes que romperán montañas. 

Escucho al espejo quebrarse. Ahora me refleja cuarteada; soy pedazos que voy trazando con mis yemas. Me unifico. No me voy. Las paredes vuelven a cuartearse. 

Ante el dolor de la pérdida, perderse entre el viento y la tormenta es una burla a ese dolor. 

DULCE OLVERA

  

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