
Eldespertador hubiése sonado a las 7 de la mañana, pero ya no tenía sentido molestarlo; el anciano ya estaba lavando su dentadura 35 minutos antes. Aún con la pijama de rayitas rojas verticales, ya en ese entonces percudidas, y dando el segundo bostezo. A través del vaso de la dentadura se ve una cama destendida, dos almohadas. Sábanas azul marino. Pero nada más.
Mientras baja las escaleras, recuerda que no apagó la luz de la recámara y vuelve a subir los dos escalones que había superado con tanto esfuerzo... Abre el refrigerador y, al ritmo del goteo del fregadero, dirige su mirada hacia la escasa comida fría que se encuentra. ¿Desde cuándo no lava ese sartén? Más bien, ¿desde cuándo tiene que quedar bien con alguien para tener que hacerlo? El plato de esta mañana se conforma con ser adornado con un simple pan duro con mantequilla y mermelada que en unos minutos estará conviviendo con la leche en el estómago de aquél.
De pronto, suena la puerta principal como si alguien usara una moneda a falta de timbre. El anciano la escuchó perfectamente, pero no se emociona, ni siquiera ya se pregunta quién podría ser... Sólo suspira, recargando su codo en la mesa, da el último trago a su leche y se decide a acercarse a la ventana que da al exterior para satisfacer su pequeño grado de curiosidad: ya tocaron dos veces.
Sólo alcanza a ver del ombligo para abajo. "Bah... dinero, dinero, dinero". Y acomoda la cortina que solía ser blanca de tal forma que un mosquito sale volando muy espantado.
Ocho y media de la mañana y ya no hay nada por hacer. ¿Enterarse del mundo exterior y deprimirse como el día anterior? ¡Bueno! Sus arrugados dedos toman el control remoto y tratan de encender el televisor durante unos minutos, dirigiendo la señal de todas las formas posibles, pero sin pilas, ni Dios pudiese.
"¡Estúpidos sean!", le grita al televisor y control. Desde abajo del sillón, las pilas observan las pantunflas del anciano dirigiéndose hacia la radio. Esta vez, sus huesudos dedos tratan de sintonizar algo... La pequeña casa se inunda de una peculiar voz, la de Martínez Serrano: "...no tienen porque ser así..."
-Ese señor sí me entiende... Dice orgulloso, mientras se mueve la corbata (un tic que tiene desde los 53 años)
Tic, tac. Tic, tac y ya ha recibido dos llamadas: una para ofrecerle un nuevo seguro de vida y la otra,buscando a Rosa, ¿cuál Rosa? "¿Por qué siempre es una mujer la que se equivoca con mi número?", "¿Es que 55469632 es tan accesible de marcar así estén buscando al propietario de 55769623?" Voy a marcar a 55769623...
- Buenos días, ¿se encuentra Rosa? Dice como "Juan en su teléfono"
-¿Quién habla?
- ... Yo... ah... Martín.
- ... Espere un momento, por favor -con voz queda alcanza a escuchar- Te buscan Rosa y un auricular siendo azotado en algún mueble, pasos y finalmente...
- ¿Sí diga?, Buenos días...
El anciano nunca creyó que los números pudiésen llevarlo hasta ese momento. ¡Rosa... y del otro lado del teléfono!
- Hola Rosa, mire, verá... No puede seguir articulando, ni él ni su boca ni su lengua, bueno ni sus neuronas tienen la menor idea de qué decir.
- ¿Sí? ¿Qué se le ofrece? Me está usted alarmando... hable, por favor...
- ... No se alarme, de verdad que yo sólo quiero... (¿Qué quiero? Piensa realmente angustiado. ¡Quiero colgar!)
- ¿Diga?... Y al escuchar el tono de línea cortada, simplemente se le ocurre decir, Vaya, ¡un arrepentido!
No era un arrepentido, simplemente un adulto mayor que llevaba más de medio año sin entablar una conversación con alguien más que no sea el cajero del súper, el peluquero o el del puesto de periódicos... Aquel hombre que ahora respiraba agitádamente dejando salir una sonrisa de nervios y emoción.
3 de la tarde. La casa sola. Una cuchara con sopa de fideo siendo absorbida por el señor Martín, quien se encuentra sentado en la mesa de siempre de aquella fonda del mercadito. Aquella donde el agua de mango es inigualable y, sin embargo, hoy pidió de limón con chía. "¡Buenas tardes Joaquín!", dice mientras mueve la cabeza tratando de demostrar que ese saludo realmente le interesa darlo. Joaquín, el vecino de la casa roja que todos los jueves va por su fruta antes de llegar a casa y que todos los jueves lo saluda. De ahí en fuera, no sabe ni de su pijama de rayas rojas verticales ni de su afición a las sopas de letras. Y por ende, Martín no sabe que la fruta es para su suegra.
No sabría explicar por qué justo este día el anciano decidió regresar a casa por el camino largo, por el que pasa por las vías del tren ya en desuso, pero que tanto le recuerdan su infancia. Eso y todo. ¡Todo le recuerda su infancia! y su infancia le recuerda a Graciela. La que pudiese llamarse su esposa. Apesar de que la conoció hasta los 22 años. Quizá sea porque sólo en esas dos etapas conoció la felicidad pintada por la sociedad. No la felicidad de ser un anciano independiente que pudiese hacer todo si tuviera ganas.
Y no sólo se quedó a la mitad de la vía con los ojos cerrados durante media hora, pensando en Martín a saber... también una banca descuidada de un parque aún más descuidado tuvo la oportunidad de pasar el resto de la tarde a su lado. Mientras los dos veían pasar el viento, el silencio, un pájarito norteado y miles de recuerdos: desde su primer trabajo en aquella florería, hasta la quinta vez que probó un limón con sal sin hacer una mueca. La banca jamás olvidará aquella carcajada en medio de un recuerdo de Martín, seguramente de su adolescencia o, por qué no, del mes pasado.
La Luna finalmente tuvo que susurrarle que debía irse si no quería experimentar la frustración de ser asaltado por un compatriota desesperado... Mientras daba la vuelta en la esquina de su casa, escuchó la alarma de una ambulancia que llevaba a una recién atropellada de unos 16 años a punto de morir. Martín y ella se encontrarían mañana en algún otro lado del cosmos, muy lejos del planeta Tierra...
DULCE OLVERA
No hay comentarios.:
Publicar un comentario