jueves, 3 de junio de 2010

Cualquier condominio (en México)... De la serie "Mejor, que te lo cuente tu abuelita..." (I)


No me importa, ni si quiera me inquieta saber que nadie quiere recordarlo. Aún así, se los haré meter por cada rincón de su memoria. A ver si así, despiertan un poquito de la inmensa idiotez en que viven. ¿A quién me refiero? ¡A quien corresponda! O mejor dicho, mejor dirigido, mejor ubicado geográficamente: a todo aquel que ha vivido, vive o conoce los condominios de Insurgentes. ¡Ah! ¿Comienzan a saber de qué hablo, eh? Ja, no pararé... ya me senté aquí, mis sorbos de café me dan energía para seguir contándolo y nadie, hasta el momento, puede detenerme. Todo lo contrario, mi insomnio me abre las puertas.
Sí, señores, damas... ¡niños! aquel edificio cercano a la estación Sonora del metrobús. En aquellos tiempos, no sé qué referencias tenía... sería bueno preguntarles a los maniquís trasvestis que abundan por ahí. Exacto, dije preguntarles y dije abundan.
Una vez que ya saben ésto, les aseguro que no querrán pararse por ahí por la noche, pero en el día caminarán por ahí, pasearán a sus perros, o incluso, por qué no, lo visitarán sin conocer a nadie que habite ahí como si nada fuese a pasar. Como si la luz solar lograra impedir movimientos, persecuciones, gritos... ¿Se comienzan a desesperar que no escribo el punto? ¡Perdonen, hermanos míos! No puedo evitar rodear el asunto para no tener que llegar a mencionar(los). ¡Los! Sí, sí... ¡Los!
Dirijo mi mirada hacia mi alrededor, no logro persivir a nadie y bien, y entonces... condominios Insurgentes es igual a inmenso miedo de noche y de día. No estoy mintiendo, no estoy trascribiendo una leyenda urbana que me contaron en algún pueblo, en alguna calle de por ahí... esta leyenda, comienza por mis ojos, por mis propios diez labios, es decir, mis dedos. Por mi propio miedo.
En fin, algún día tenía que contarla... cuenta la leyenda, mi leyenda, que los condominios Insurgentes, ahí donde puedes ir al psicólogo en el 7° piso o presenciar un incendio antiguo en el 13°; encontrarte todos los vidrios rotos en el cuarto piso o un sillón viejo en medio de un pasillo de, digamos, el 9° piso... ahí, donde habitan desde una señora bien peinada paranoica hasta un vendedor de películas porno por $4 en Tepito. Ahí... la gente ya no duerme, la señora del elevador ya no lee su "Gráfico" agusto, las almas en pena del incendio ya huyeron a otro edificio, ahí, donde hasta las ratas le corren.
¿Por qué? ... mis dedos vuelven a empezar a temblar porque saben que mi cerebro les ordenará escribir(los)... fadadfadfadfjkkjf ¡sí! a.. a... Sefs r gidsfsdo y a Maagdafdsflen hfsadjkf aa.. a ¡Sergio y a Magdalena! los depredadores del condominio. ¡Están vivos!, no tienen garfios en vez de manos, no murieron incendiados, no te asesinan con cuchillos del número 7, no tienen sierras, no tienen la cara cubierta de gusanos, hablan español, sin embargo, las personas de ahí les temen más que al Coco, que al cobrador de la renta, que a Frankestein, que a Santa Claus en época de calor, etc.
Los esposos Sergio y Magdalena no necesitan bombas, espinacas, granadas, telarañas, baticuevas, ser de lodo o algo así, sólo necesitan una sustancia más poderosa que el raciocinio humano, que el equilibrio, que la cordura, que la risa misma... se llama alcohol. Sergio y Magdalena, bajo el efecto de esa sustancia pueden llegar a destrozar un elevador de un macetazo y romper con la tranquilidad de una familia del piso 2 que jugaba cartas, que veía la televisión, o la ducha de la anciana del 506. Eso, señores, sí da miedo. La Llorona se queda muy corta. Y que me perdone, pero es la verdad.
La puritita realidad es que vivir en la ciudad y más en ese tipo de lugares es más peligroso y ponedor de nervios en punta que estarse besando con el o la novia en el autocinema sin tomar en cuenta que pueda venir un monstruo gigante azul y se coma, partiendo en dos, a tu chavo...

DULCE OLVERA

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