
No soy detective, pero sí desempleado. Por lo tanto, tengo todo el tiempo del mundo. Incluso las noches. Este insomnio se ha vuelto mi amigo. Más bien, me ha permitido hacer uno. Se llama... carajo, nunca le he preguntado su nombre. Pero tiene una bufanda marrón. No es mi color favorito, pero. Pero punto, sí. La verdad no tengo nada favorito.
Lo conocí en la calle. Por las madrugadas, salgo a caminar. Tomo el aire y también un poco de café. Desde luego no lo necesito para mantenerme despierto ni tampoco para el frío, pero me siento más seguro con un vaso en mano. A veces le llevo uno a mi amigo. Las ocasiones en que no lo hago es porque el cambio dentro de mi bolsillo no me alcanza. Al salir de casa, es un poco complicado buscar dinero entre la obscuridad y una esposa roncando. Pero esas "veces", me lo agradece y entre sorbo y sorbo me cuenta historias. Debo decirlo, mi amigo es un vagabundo. Qué cosas no ha visto en la ciudad. Todos esos sucesos que pasan mientras uno se preocupa por lavarse los dientes o por encontrar una noticia en el periódico entre tanta publicidad.
La historia que me narró ayer fue un tanto "algo" como para que me haya sentado a escribirla. Me sorprendo: no escribo desde la preparatoria. Sí, esos apuntes que uno va acumulando por compromiso, pero que al final, no toma en cuenta para el examen. O simplemente, los pierde junto con envolturas de frituras dentro de la mochila. Todo un mundo haya adentro. Pero el mundo de acá afuera también es interesante. Al menos lo que me contó.
Al grano. Resulta que ayer mientras luchaba por pegar un poco las pestañas entre el frío y la luz potente de un faro (pero a fuerzas tiene que dormir frente a él por cierto cariño o yo que sé) escuchó pasar corriendo a un hombre. Desde luego, le valió madres hasta que empezó a gritar como loco. Y el como es por rutina. El hombre estaba loco. O está si es que sigue vivo. Mi amigo se acercó hacia él. Por supuesto, midió su distancia y antes de articular el Está, del "¿está usted bien?", sus oídos tuvieron que soportar varios: ¡Basta!, ¡basta!
-Joder, cómo gritaba ese cabrón. Enfatizó antes de quemarse la lengua con el café.
Después me contó que se dio la vuelta rumbo a su amado faro, tallándose las orejas. En el camino, se encontró a su vato, alias Carrusel. Si lo conociera, tal vez podría descifrar por qué le llaman así. Pero ese no es el punto de todo esto. Yo me senté a escribir para plasmar por siempre la desgracia de aquel hombre que ni mi amigo ni yo conocemos, pero que Carrusel ya había visto. Por lo tanto, pudo contarle qué pedo y yo a este papel que ojalá nunca nadie lea. Sólo yo en unos años para volver a quedar en shock. Si es que lo estoy.
-Tranquilo, ese pendejo siempre grita eso. Ya enloqueció, pobrecillo -decía Carrusel esa noche- Dicen que dice que hay un ser abstracto que nos dice a todos cómo pensar. Paranoia, pues. Pero de un tiempo acá, parece que ya no lo conflictua el exterior. Ese ser abstracto ya se pasó a su mente y ahora ella le dice qué hacer en cada momento. Su mente lo domina por completo, ¿ves?
-Veo.
Y yo también lo veo así. Hegemonía mental pura. Carajo.
DULCE OLVERA
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