
Llevaba diez vueltas de crol seguidas. No lo había notado: sus pensamientos la sumergieron más que el agua en un estado completamente ajeno al consciente. Sus brazadas y pataleos eran mecánicos. Aquel sueño que tuvo antes de despertarse la había hecho entrar en un gran conflicto. Eran las 5:30 am, hora en que realizaba su rutina todos los días salvo los jueves por ser el día en que no abrían el deportivo... ella era una duda andante. Una confusión humanizada (y mojada).
Pies. Enfoque a las uñas, cuya longitud es desagradable a la vista. En el borde de cada pie hay una herida profunda. Parece que los zapatos fueron los causantes. Se ve sangre. El observador siente incomodidad al verlos.
"Estoy segura que eran mis pies y que culpé a mis Converse rojos" --pensó Nadia al llegar al inicio del carril e incorporarse. El agua le escurría por la cara, pecho y brazos, pero su mente continuaba en los pies ensangrentados de su sueño. Siguió braceando...
Sangre. Dolor en los bordes, ardor. No se ve otra cosa más que los pies. Los pies de Nadia.
No obstante, el movimiento mecánico se ha cansado. El cuerpo malinterpreta el momento, está celoso de la mente. Se considera inútil y deja de obedecer las órdenes de movimiento. Nadia está en su sueño. Sus brazos, al igual que las piernas, han dejado de realizar su obligación. Nadia sólo trata de interpretar aquel sueño de los pies heridos y sucios. Comienza a ahogarse. El cuerpo sigue sin obedecer, sus extremidades no le responden. Pese a que esta vez ha vuelto a la realidad acuífera e intenta incorporarse, es demasiado tarde, Nadia ha perdido la conciencia y comienza a hundirse dentro de la alberca.
Nadia está en un pasillo, parece ser de uno de los edificios de su escuela. Está charlando con varias compañeras, entre ellas, Mari: su utopía. De pronto, Mari la aparta del grupo de chicas, la lleva al fondo del pasillo donde se ve el panorama de toda el instituto. El viento sopla y ambas sienten frío. Mari la abraza y le susurra dulcemente en el oído izquierdo:
--Siento que estás ocultando algo, que no estás bien. ¿Qué pasa?
Nadia sigue sintiendo sus cálidos brazos protegiéndola. Llevaba días sin sentir esa liberación de carga: realmente deseaba aclarar algo, pero ni ella se había percatado. Al parecer, Mari la conocía mejor pese a las dos o tres ocasiones que habían cruzado palabras, risas y miradas. Nadia no lo pensó más; comenzaría a contarle todo lo que le estaba sucediendo. Sentía una gran confianza y paz a su lado.
Una fuerte y vertiginosa energía comienza a apartarla de Mari, ahora sólo ve borrosamente una silueta. Ha recobrado el conocimiento. Comienza a toser, ha tragado mucha agua. Estuvo desmayada aproximadamente cinco minutos. Por fortuna, aquella silueta --un chico llamado Raúl, a quien en su casa lo conocen-- se percató del peligroso momento y sacó a Nadia en cuestión de segundos.
--¿Te encuentras bien? ¿Puedes respirar sin problemas?-- le cuestiona Raúl, sin embargo, aquellas preguntas no han causado el mismo impacto que las de Mari: el más sincero cómo estás que ha recibido Nadia.
--Eso creo... me fui por un gran momento--sonríe nerviosamente.
--Te recomiendo que vayas a bañarte con agua caliente y trates de olvidar lo que pasó. Para la próxima, ten más cuidado en tus respiraciones; esta vez tuviste suerte.
--Supongo... muchas gracias...
--Raúl Jiménez.
--Te lo agradezco infinitamente, Raúl. No debí haberme metido a nadar con la mente hecha un caos--reconoce.
En las regaderas, sintiendo la presión del agua sobre su cara, logra relacionar el sueño de los pies con aquella escena del pasillo y el abrazo: los pies simbolizan la abertura hacia las personas. Mostrarlos sin zapatos ni calcetines es desnudar nuestra alma por completo a los demás. Sus pies estaban heridos y sucios porque en esta etapa de su vida, Nadia se encuentra en un caos mental. En definitiva, tiene miedo de que Mari se percate de ello. Teme que si sabe que es maniaca-depresiva, se aleje de ella. Ocultar aquello le hace creer que Mari continuará abrazándola de esa forma tan única y memorable cada vez que la salude. Taparle que toma medicamentos para controlar su bipolaridad le da la seguridad que Mari seguirá viéndola a los ojos mientras le platica una aventura más para reír juntas. Dejar de ver esos ojos miel sería una muerte agonizante para Nadia.
Cierra la llave de la regadera. Cree tener la solución: alejarse de ella pues no quiere lastimarla. Si bien el amor cura las enfermedades, Nadia considera que conoció a Mari demasiado tarde. Los medicamentos no han logrado controlar ese monstruo que lleva dentro. Aquellos dos polos que han convertido su vida en una montaña rusa eterna en la cual puede estar alegre durante una mañana o una semana y al siguiente día desear estar muerta. Mari no merece eso.
***
Nadia ha ido al salón de Mari sólo para dejarle una nota y despedirse de ella, pese a que ella no lo sepa. Al verla, su corazón comienza a vivir más de lo común. Si tuviera boca, seguro estaría sonriendo como Nadia lo hace justo cuando Mari la ve de lejos y la saluda. Se acerca, la abraza y Nadia desea que ese momento se eternice. Que todos los relojes del mundo se paren, se autodestruyan. Que no exista nada más para siempre, salvo ese maravilloso instante. Nadia le da la nota, le sonríe y le dice que lleva prisa, que la ve pronto. No es verdad.
--"Vos sos mi utopía"--lee Mari en aquella nota.
DULCE OLVERA
*NOTA: El nombre de Mari está inspirado en uno de mis personajes literarios favoritos: la protagonista de la obra After Dark de Harumi Murakami. Asimismo, el nombre Nadia está relacionado con una de sus frases: "La nada significa la inexistencia de las cosas y, por lo tanto, tal vez no haga falta comprenderla o imaginarla". Gracias XD
No hay comentarios.:
Publicar un comentario