miércoles, 21 de marzo de 2012

Canto a mi musa (VII)

Decidí salir a volar
sin rumbo fijo.
No encontré alas ni caminos no trazados.
Dentro del mar hallé un poco
de tranquilidad.
La sal equilibró mi deshidratación
de lágrimas.

Soporté pocas líneas
de melancolía y desesperanza,
arrojé la pluma lejos del alma.
Mi musa no merece letras sangradas.

Si ella ha decidido abandonar
nuestra poesía,
no puedo detenerla
ni convencerla con nada:
ella me da las armas para ello.

Sin letras
sin inspiración
y con bastante espera en la espalda,
decido entregarme al viento y olvidarla.

No lo consigo,
sólo duermo y no sueño.
Con cada suspiro sin ilusión
rompo el camino de luz y flores
que dejé para facilitar su regreso.

Mi musa y su terca lejanía
son el par de amantes
que han derrotado mi paciencia
y atrevimiento a romper esa distancia.

No sé persuadir con la mirada.
Dos segundos dentro de mí
le bastarían para buscar una reconstrucción.
No lo sé.

Convicción en no volver,
para qué y a qué.
Las musas no se enlodan en heridas viejas
y nuevos latidos.
Creen en lo visto, no en locuras de sus poetas.

Los poetas no razonamos,
sólo volamos entre emociones indescriptibles
y amores ausentes.
Vivimos en este mundo por simple requisito.
Soñamos de la mano de una musa
pese a que aquella nos haya soltado para siempre...

DULCE OLVERA

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