Me contó de su amor cibernético. Mientras esperábamos en la fila de la caja para después pasar a la fila de recoger la charola de comida, narró su experiencia. La conoció en un típico chat. Después del clásico de dónde eres, qué te gusta hacer, qué estudias y esas superficialidades, se permitieron conocerse físicamente a través de la cámara web. Ninguno se pidió quitar la ropa o enseñar sus genitales; ella le propuso introducirse en la pantalla y abrazarse entre dígitos abstractos, besarse dentro del mundo de los rayos satelitales y señales de internet. Él aceptó.
DULCE OLVERA
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