lunes, 11 de febrero de 2013

Crónica interrumpida de un entierro

Decidí sentarme en el primer escalón que encontrara durante el camino. Un camino que no me pertenecía ya que ni siquiera poseía un rumbo definido. A decir verdad, cualquier lugar sería el indicado porque no planeaba permanecer ahí por mucho tiempo: sólo deseaba mirar hacia abajo y ver por unos minutos el brillo de mis zapatos. Supuse que resultaría más cómodo hacerlo sentado en un escalón que encontrara, precisamente, durante el camino. Y lo fue. Desde luego, percibir los rayos solares de las cuatro de la tarde a través de mi calzado era algo novedoso para mí. Por un momento ignoré la angustia que me acompañaba, aquella que invade el alma cuando se es consciente de que debe tomarse una decisión.

 Cuando mis ojos comenzaron a alucinar ante tanta luz natural, cerré los ojos, crucé los brazos y me dispuse a continuar mi caminata infructífera, pero necesaria. Soy de la creencia de que cuando las piernas se mueven, el dolor se expande por todo el cuerpo. No tiene oportunidad de concentrarse en el corazón, no lo tortura hasta hacerlo llorar. Y yo tenía un dolor profundo... caminar era forzoso. Tan indispensable como tomar la decisión correcta y llevarla a cabo. 

   A los pocos pasos abrí los ojos, saqué una pluma de mi camisa y escribí sobre mi brazo izquierdo: "Voy a enterrar este amor antes de que él lo haga conmigo". Después de todo, la muerte es contagiosa. Y mucho más la de un amor. Yo no buscaba eso, yo quería seguir respirando vida aún sin amor.

DULCE OLVERA

 

No hay comentarios.: