miércoles, 27 de febrero de 2013

La poesía subterránea

Nunca se imaginó que ponerse aquel suéter con cuello de tortuga le resultaría la peor decisión del día y quizá de la semana. Su reloj marcaba la hora pico, pero en realidad eran unos minutos después: Jimena tenía el tic de retrasar las manecillas cuando una situación la tensaba y, en ese momento, ella no sólo se encontraba estresada, también acalorada, cansada y hastiada. Sin duda moría por desgarrarse esa inoportuna prenda y arrojarla lejos de su piel. 

  Al parecer no era la única. Cientos de pasajeros más compartían el mismo deseo de liberación dentro de los vagones de aquel tren del metro cuyo conductor había decidido pararse en medio de dos estaciones. Ahí, con ventanas y puertas que dejaban ver un túnel obscuro y siniestro, las personas se refugiaban en sus pensamientos, audífonos, libros, periódicos o compañía más cercana para soportar ese momento inhumano, pero característico de la ciudad más habitada del país.

--¿Por qué estamos parados?, preguntó un niño a su madre, ya que, según sus cálculos, llevaban sin moverse más de veinte minutos. 
--Porque hay más trenes viajando en esta línea y a veces es necesario detenerse para que no choquen entre ellos, explicó la mujer con el ruido del ventilador como fondo. 

 Jimena le hubiera respondido de otra forma: "Porque el conductor es un culero". La reflexión mental del señor que estaba parado a lado de la mujer y que también escuchó la explicación era más amplia: "El gobierno tiene la culpa...". Lamentablemente saber la verdadera razón no ayudaría a que, de pronto, el tren llegara a la próxima estación y Jimena junto con otros tantos por fin pudieran arribar a su destino. 

 Las personas que estaban sentadas sufrían un poco menos que los parados cuyos cuerpos sudados rozaban con los otros. Al menos eso supuso el joven que acababa de despertar y quien, al quitarse los audífonos, se percató del peculiar silencio que invadía al vagón. Una ausencia de ruido que reflejaba tanto el estado anímico de los pasajeros como la bendita inexistencia de un vagonero vendiendo discos. 

 Segundos después de volverse a colocar los audífonos y disponerse a disfrutar los acordes de Pink Floyd, comenzó a escuchar una voz conocida, pero incongruente con lo que acostumbra emitir: ¡se trataba de la señorita "Próxima estación ..."! Sí, era esa grabación y no había duda, no obstante, no decía esa frase ni "Permita el libre cierre de puertas". 

 El joven reafirmó su sorpresa al ver la cara de Jimena igualmente consternada: la grabación de costumbre estaba declarando versos. ¡Versos! Aquella voz femenina se percibía como una poetisa sin rostro ni identidad. Sólo se escuchaban sus melodiosas recitaciones dentro del transporte colectivo. 

"Son los ojos de la amada
pasmo cierto de las gentes;
yo, que todo lo conozco,
sé muy bien lo que me advierten", decía por un lado... 

"Mi táctica es 
quedarme en tu recuerdo 
no sé cómo ni sé 
con qué pretexto 
pero quedarme en vos", enfatizaba por el otro. 


  Los rostros de asombro poco a poco se fueron transformando en bellas sonrisas. Cada verso hacía relajar sus ojos cansados y estresados. Jimena, por su parte, logró reconocer un par de fragmentos poéticos, pero en definitiva no pudo evitar suspirar cuando escuchó a la Señorita "Próxima estación..." sollozar un:

"Pues bien, 
yo necesito decirte que te quiero, 
decirte que te adoro 
con todo el corazón". 

DULCE OLVERA   

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