Era la época en que el cuarto que alquilaba se llenaba de hormigas a pesar de la poca comida con que lograba llenar mi refrigerador. Malnacidas hormigas, tan pequeñas como abundantes. Fuera la estación que fuera, nunca tenía mucho dinero. Las pocas monedas que conseguía jodiendo mis hombros cargando mercancía no las invertiría para erradicar su repugnante presencia.
A finales de julio todo demandaba mayor velocidad, tamaño y peso. Llegaba a aquel cuarto exhausto. Lo menos que deseaba era lidiar con la puñetera sensación de hormigas caminar por todo mi cuerpo sudado. La mayoría de las veces me sentaba en el único sillón que tenía y bebía un par de cervezas mientras leía el Ovaciones. En aquellos años amaba al Toluca.
Fue una tarde mientras reposaba un poco apoyado de un diablito cuando encontré en los estantes del área de domésticos algunas bolsas sueltas que contenían sosa cáustica. No tenía la menor idea de lo que era eso, pero sonaba a veneno para hormigas. Había encontrado la solución a mis problemas. Tomé sin culpa tres de ellas, ya que de todas formas alguien más había hurtado las otras que completaban el paquete.
El resto de la jornada se me hizo eterna. Cuando por fin arribé a casa, saqué las bolsas de mis bolsillos del pantalón y camisa, y las coloqué en la mesa de la cocina.
--Adivinen quién llegó, preciosas. Cuestioné con un tono tan paterno que me asusté.
Decidí que su erradicación debía pasar a la historia y planeé agregar la cereza del pastel: traería cubetas de agua e inundaría por una noche el cuarto. Así fue. Di como mil vueltas de la terraza de la vecindad hacia mi cuarto. Aquellas escaleras pendían de un hilo y pude haber muerto ahí. Cuando vi 15 cubetas llenas esperando ser derramadas en los negros seres que atormentaban mi vida, intuí que era el momento. Mezclé la sosa cáustica en el agua e inundé mi propio cuarto mientras maldecía a cada uno de esos entes errantes de la naturaleza. Si tan solo la "Overtura 1812 "de Tchaikovsky hubiera estado de fondo...
Nunca imaginé que había creado un monstruo: las patas de mis sillas y mesa, junto con las cubetas, comenzaron a deshacerse. Todo sonaba a ácido ardiente incluyendo los gritillos de las hormigas. El olor penetrante me mareó tanto que terminé desmayado. Aquel día todos nos convertimos en jabón. Estoy casi seguro que la casera lo utilizó para limpiar el cuarto y ponerlo de nuevo en renta. No importaba, fuera la estación que fuera, nunca tenía mucho dinero.
DULCE OLVERA
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