¿Era yo quien la veía contemplar aquella fotografía? Ahí estábamos en distancias psíquicas entre mi mirada concentrada en su hombro izquierdo y ella seducida por la representación de un caballo que saltó hace cientos de años y fue capturado por la cámara de alguien que vivió hace cientos de años. Todo está muerto ya. El momento que la admiré, el caballo, el viento, el recuerdo de su hombro, el palpitar de un corazón. Y no obstante, escribir sobre ella y sobre mí, la hará saber en algún segundo lejano que yo la miré mirar la mirada de un fotógrafo antiguo. ¿Ella hubiera capturado ese instante?, ¿me habría enamorado de ella en esa época?
Así es el arte de amar. ¿Era yo quien rodeada de fotografías sólo era capaz de conmoverme ante su hombro? Era un hombro real, acariciable, alcanzable, sin técnicas, intermediarios ni expresiones. Su hombro convirtió mis labios en besos. Besos tiernos de museo. ¿Nadie capturó ese íntimo y nuestro instante?
¿Era ella la dueña de ese suave y desnudo hombro?, ¿era yo quien lo fotografió mentalmente? Jamás, sea yo u otra persona aquel admirador, podré o podrá exponer esa imagen mental para que, en cientos de años, alguien mire el hombro de su amado mientras tal amado observa la imagen del hombro de ella, la dueña del hombro, la mujer que amo.
DULCE OLVERA
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