Nunca he entendido cómo se usa un GPS ni el significado de esas siglas porque, he de aclararlo, siempre he sido pésimo para recordar datos de ese tipo. De hecho, en un examen de primer año de primaria sobre, precisamente siglas, inventé mis propias instituciones, organizaciones y demás pavadas. Reprobé y qué, desde luego eso no lo puse en mi currículum. En fin, como nunca he entendido cómo se usa un GPS y andaba de mal humor como para preguntar al primer estúpido que se cruzara en mi camino, no logré encontrar el edificio al que me dirigía para una entrevista de trabajo. Terminé en una de esas largas calles cuyo final topa con pared.
Después de mentar todo lo que pude hacia esa pared cliché cubierta de enredaderas, me giré y me dispuse a volver a pasar por las mismas casas y carros que acababa de cruzar. Sin embargo, en la casa 645B noté algo nuevo: una niñita cargando una caja de cartón forrada con papel anaranjado. Con su boca sostenía un letrero que no alcancé a leer y con su mirada cuidaba no caerse. Me acerqué y me ofrecí ayudarle a pesar de la prisa que llevaba. Podré odiar muchas cosas, pero las niñitas despiertan mi oculto lado social.
--Tu ayuda, la de cargar la caja, hubiera sido útil hace 48 segundos. No ahora-- expresó sin que yo emitiera palabra alguna salvo el hecho de acercarme rápido hacia ella.
--Yo no quiero cargarte nada, sólo raptarte--, le contesté ante su temprana actitud de insolente.
--Para eso necesitarías cubrir tu horrenda cara con una capucha: cada casa tiene una cámara--, me advirtió. Y, al estar en una colonia como esa, le creí.
No sabíamos nuestros nombres, yo le llevaba fácil 20 años y aún así ahí estábamos discutiendo frente a la entrada de su hogar mientras ella instalaba su puesto cliché de limonadas.
--En esta calle cerrada no lograrás vender un solo vaso, niña ingenua. Ni siquiera yo que llevo horas caminando y comienzo a deshidratarme, te compraría uno. Prefiero ubicar cualquier esquina y cualquier Oxxo, 7Eleven o K, que arriesgarme a tomar agua preparada por una boba cuyo color favorito es el anaranjado.
Tras desahogar mis corajes internos con una cría, continué mi intento de llegar a tiempo a la entrevista hasta que escuché de lejos su chillona voz de seis años.
--El anaranjado no es mi color favorito, viejo malhumorado. ¡Despierta una sensación de salud al cliente!
De modo que la criatura no sólo era una gran empresaria, sino que, según ella, tenía conocimientos de psicología del color. Apreté mis dientes y regresé hacia ella de forma vertiginosa.
--Escúchame, criatura. Para despertar algo a alguien primero debes tenerlo enfrente y oh --comencé a danzar a lado de su puesto minimalista--, aquí yo no veo a nadie.
--Yo veo a un gorila amargado y perdido--, me contestó con una mirada molesta. Su respuesta logró paralizarme y callarme. Una niña de seis años acababa de reflejarme justo como me sentía, pero como jamás lo aceptaría.
Dado que desde nuestra primera interacción también había notado sus habilidades en el lenguaje del cuerpo, no me sorprendió que percibiera mi reflexión y me invitara una limonada gratis. La cría me ahorraría cinco pesos con tal de liberar su culpa tras destruirme con sus palabras. Y yo acepté.
***
Decidí ponerme cómodo. Me quité la maleta que colgaba de mi hombro con los documentos que necesitaba entregar en aquel edificio fantasma, me arremangué la camisa y me senté en la banqueta mientras oía servir la limonada.
--Tienes visión, niña, pero si vendieras el procedimiento para olvidar amores de cuatro años, y claro, también lo dieras a cinco pesos, te juro que tendrías filas enormes. Incluso necesitarías esa ayuda que te ofrecí hace unos momentos--, le sugerí tras el primer trago.
--¿Olvidar amores de cuatro años? El ingenuo y bobo eres tú, entonces.
Se sentó a mi lado y tuve la intención de despeinar un poco su cabello como aprobación a su comentario. Pero además de ser pésimo para recordar siglas, también lo soy para hacer pequeños detalles que pasan por mi mente y que, a veces considero durante un aplastante viaje en metro, enriquecerían mi vida.
--Sí, olvidar mi amor de cuatro años y dejar de sentir en cada insomnio que desperdicié...
--¡Mil 460 días!--, se adelantó en mi dramática autocondena.
--Olvidaste el año bisiesto... --, le señalé con la mano con la que sostenía el vaso.
--Y tú olvidaste que en esos mil 461 días --enfatizó en su corrección--, viviste cientos de cosas además de estar con "tu amor".
--Tu procedimiento de olvido tendría que ser selectivo, eso es obvio.
--Al aplicártelo ya no tendrías la sensación de desperdicio con esa persona, sino con tu supuesta soledad de cuatro años...
--Una soledad ajena de llantos y mucho resentimiento--, le expliqué como si el supuesto de esa criatura comenzara a consolidarse en un proyecto posible; como la solución a esta insoportable irritabilidad con la que cargaba ya un mes y medio.
--Trabajar con limones es mucho más fácil que con memorias y sujetos dolidos como tú. ¡Mira esas ojeras que traes! Por cierto, ¿qué te hace arder más los ojos, ¿no dormir por insomnio de desamor o llorar por desamor?--intentó saciar su curiosidad.
--Pero nada rentable...--intenté ignorar eso último y persuadirla del proyecto.
--Yo no necesito el dinero, sólo lo hago por diversión.
--Pues que sanar mi alma sea divertido...--insistí de forma impertinente hasta que me percaté de mi patética angustia y me aterré--. Olvídalo.
--Sí, esa gigantesca demanda es sencilla de olvidar. Y no por su factibilidad, sino porque no estoy de acuerdo.
Estaba tan adentrado en mis pensamientos y en mi esfuerzo por no derramar lágrimas frente a una niña que dominaba conceptos como "factibilidad" sin tartamudear siquiera, que olvidé aquella entrevista de trabajo que en el fondo no quería realizar porque no tenía nada que ver con mis gustos. Sólo era la ansiedad feroz de cubrir mis vacíos: en sólo dos meses no sólo había perdido mi fuente de ingresos y pasatiempo (alias empleo), también mi sensación de estabilidad y compañía esculpida en una persona, una mujer que me había cambiado por otro (de ahí mi reciente obsesión con los clichés), y que me había dejado una gigantesca duda: ¿hasta qué punto ella era ella y hasta qué punto mi enamoramiento la idealizó?, ¿ hasta qué línea ella me amaba y hasta qué otra yo lo deliré cegado por mi psicosis de amor? Pero la señorita limonada no podría haberme contestado aquello y decidí continuar la discusión:
--¿Por qué no estás de acuerdo?
--Querer olvidar los últimos cuatro años de tu vida sólo por una sola persona, ¡una sola persona!, es lo más cobarde y mediocre que he escuchado en mi lustro y un año.
--¡Entiende, niña! Sólo pido olvidar los recuerdos relacionados con ella...
--¡Entiende tú, gorila! Si tanto la dices amar, todo lo que hiciste en tus últimos cuatro años de vida están relacionados directa o indirectamente con ella. ¡Todo! Hasta tu odio hacia las niñas que cargamos cajas de cartón forradas con papel anaranjado... ¿ese acaso es su color favorito?
--¡Ahora me estás analizando mis proyecciones!-- le contesté indignado.
--Sólo te estoy advirtiendo que si decides olvidar tus últimos mil 461 días retrocederías los mismos junto con tus experiencias y aprendizajes, y percepciones, y libros, y sonrisas, y borracheras, y logros, y sueños rotos, y creaciones inspiradas en ella, y... serías un mediocre cobarde. Y yo no regalo limonadas a mediocres cobardes.
Abrazarla hubiera sido otro cliché y aún así lo hice. Después de todo, realizar los pequeños detalles que pasan por tu mente sí enriquecen la vida.
DULCE OLVERA
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