sábado, 31 de enero de 2015

Ella, ella y yo

Nos encontrábamos en un cuarto. La incomodidad reinaba o al menos yo lo percibía así. Recuerdo haber visto a E. sentada en un rincón y a M. parada frente a mí. Ninguna de las tres entendíamos cómo y por qué estábamos ahí en un ambiente semioscuro y, al parecer, encerradas. 

-¿Tú nos trajiste aquí? -preguntó M. después de observar a E. y luego a mí.  

M. siempre ha sido más sensata que yo. Lucía confundida, pero tranquila. 

-No lo sé. Ni siquiera sé dónde estamos -respondí con voz nerviosa. 

Era la primera vez que volvía a ver a las dos después de meses. M. sabía que había estado enamorada de E., pero E. ignoraba quién era la mujer que estaba dialogando conmigo. No sabía que yo he amado a M. desde que cumplí 18 años. 

-E. -agregué- ¿no se supone que sigues en Europa?
-Sí. Bueno, esto puede ser un sueño -contestó aún sentada. 

Ella tampoco parecía alterada. A pesar de la extraña situación, sonreí al verla inofensiva en ese rincón con sus manos sujetando sus piernas. Extrañaba mirar el contraste entre su ropa oscura y su cabello rubio. 

-¿Me estás soñando tú a mí? -dije titubeante- En varias ocasiones me he preguntado si alguna vez me has soñado. ¿O soy yo quien te sueña... -miré de reojo a M. y corregí- quien las sueña? 

No contestaron. E. se paró y comenzó a tocar las paredes del cuarto. No había muebles ni ventanas. Observó en silencio el techo y luego el piso. Creo que E. es muy analítica. M. no dejaba de mirarme como si aún creyera que yo era la culpable de que las tres estuviéramos encerradas en ese lugar. 

-¿No traes celular? -finalmente le pregunté. Siempre odié que estuviera picando su maldito teléfono mientras platicábamos o caminábamos por ahí. No obstante, en esa ocasión nos brindaría una oportunidad para pedir ayuda. 
-No. 
-¿E.?
-¿Qué?
-¿Tienes tu celular para pedir ayuda?
-No. 
-Bueno, es evidente que yo tampoco -concluí. 

***

Ahora las tres estábamos sentadas en círculo. Yo me sentía cansada. Me resultaba muy estresante estar a solas con las dos personas que he amado. Finalmente decidí presentarlas. Jamás imaginé ese escenario posible... 

Poco a poco la conversación fue pasando de simples monosílabos a frases cortas. Dios, qué incómodo era todo. El lugar, la incertidumbre, ellas juntas. Incluso cada una por separado. A M. no la veía desde hace más de un año y desde que tenía nuevo novio hablábamos sólo por mensajes muy poco. En realidad seguía dolida con ella. A E. la vi por última vez en la academia y muy rara vez charlábamos por internet. Sólo sabía que estaba becada en Europa. 

No deseaba que entre ellas supieran que yo, en su momento, las había amado. No quería, por ejemplo, escuchar a E. contarle a M. sobre la carta de amor que le escribí. Sé que no lo haría. E. es reservada y buena persona. Pero la imaginación es cruel. Tampoco podía concebir que M. le relatara a E. todos los poemas que llegué a dedicarle.  

Ellas habían sido mis musas, pero ahora verlas una frente a la otra no me inspiraba nada, salvo pavor. Aún las amaba, claro, pero era un amor ya sin esperanza alguna. Vivía esa etapa amorosa después de la declaración, el rechazo y el sufrimiento. Con E. había sido más claro. Con M. siempre busqué absurdas oportunidades. Me aferré a idealizaciones extremas basadas en señales sobre interpretadas. 

-No creo que esto pueda durar mucho. En cualquier momento algo pasará -comenté. 

No teníamos luz, comida ni agua. Estar en una isla desierta o flotando en el universo hubiera sido más bello. Al menos visualmente.  

Los temas se agotaban y en cualquier momento se tocaría el terreno sentimental. Carajo, no quería escuchar a M. contarnos sobre lo mucho que estaba enamorada de otro, de sus citas, de sus planes. Se convertiría en un salón de la tortura. A E., creo, tampoco le hubiera interesado. 

-Aún pienso en ustedes -susurré. Ahí estaba, iniciando la conversación que aparentemente deseaba evitar. 

No contestaron. Para responder a algo así el otro también tiene que estar en este estúpido nivel del amor. De otro modo le resulta impenetrable, innecesario e incómodo. 

Me resigné al aburrimiento. ¿Para qué quería estar con las dos personas que he amado si no podía expresarles mi amor? 

DULCE OLVERA 


No hay comentarios.: