CAPÍTULO UNO
Extraño percibir los peculiares rayos del sol de otoño. Esos que inyectan una sensación de tranquila melancolía. Otoño está entre el calor y el frío; es el equilibrio anhelado. A mí me encerraron por exceso de calor, brío. Desde entonces me fui apagando gradualmente. Tóquenme. Estoy fría. Me siento helada. No lograron entenderme. Es muy fácil ignorar o aislar lo que resulta anormal; al otro.
Vivir entre paredes te lleva a refugiarte en la imaginación, en los mismos bordes de las paredes y el techo. Te hundes en alucinaciones y sudor. No quisieron siquiera dejarme una ventana. Sería sano ver de vez en cuando un rostro, un ave o una indecisa nube. Pero estoy destinada a eso: a estar enferma. De vez en cuando abre la puerta un científico de la mente para revisar cómo me encuentro.
Apagada, le digo.
Y también le cuestiono qué clase de científico de la mente no viste una bata blanca. No contesta. Parece que tampoco quieren que emplee las palabras, el puente más cercano entre el mundo real y yo, mis pensamientos y emociones. Quizá temen escucharlos. No soportarían tanta diferencia entre los míos y los suyos; los normales, les llaman.
Apagada, le digo.
Y también le cuestiono qué clase de científico de la mente no viste una bata blanca. No contesta. Parece que tampoco quieren que emplee las palabras, el puente más cercano entre el mundo real y yo, mis pensamientos y emociones. Quizá temen escucharlos. No soportarían tanta diferencia entre los míos y los suyos; los normales, les llaman.
Yo no tengo miedo a escuchar las ideas o emociones ajenas. Por eso leo (el científico de la mente me provee de un libro cada mes). Por eso escribo (es una forma de enfrentarte a tus otros Yo desconocidos). Por eso dibujo (cada trazo es un mundo separado de mi alma y cuerpo). Y ya. Estas paredes, ahora llenas de escritos y dibujos, y proyecciones, limitan mi... esa sucesión de actos que van desde despertar hasta volver a acostarse (le llaman vida).
¿Para qué levantarse de la cama si al final se vuelve al mismo punto? Y dicen que la loca soy yo.
¿Para qué levantarse de la cama si al final se vuelve al mismo punto? Y dicen que la loca soy yo.
Me llamo Gretel. Quisiera ser astrónoma. Es una especie de astronauta desde lejos. No me atrevo a enfrentarme al universo completamente. Pero tampoco, si me dieran a elegir, me aventuraría a salir de aquí. Aquí es un cuarto pequeño. Tiene lo necesario: una cama (de donde nadie debería levantarse), un retrete y un librero. La puerta tiene un pequeño, casi imperceptible espacio que se abre tres veces al día. No menos. No más. Desayuno, comida y cena. En una repisa del librero tengo una botella de lo que alguna vez contuvo cerveza, pero desde hace tiempo está llena de arena y agua de mar. Ese recipiente de plástico contiene mi mayor tesoro en la vida.
Vivo encerrada en un cuarto, pero a la vez vivo abrazada del mar gracias a esa botella que lo envuelve. Por ahora, no soy de esas internas a quienes deben restringir objetos punzantes. Me encuentro en un profundo abismo donde el suicidio me resulta inaccesible, me siento hundida en el fondo de un mar cuya profundidad es insuficiente para derivar.
¿Cómo suicidarse con plástico?, ¿cómo ahogarse dentro de una botella, dentro de este cuarto cada vez más reducido?
¿Cómo suicidarse con plástico?, ¿cómo ahogarse dentro de una botella, dentro de este cuarto cada vez más reducido?
Mi sueño recurrente es el mar (cuando es salvaje, y puedes morir) y la mar (cuando es suave, y te abraza). El océano. Qué maravilloso poder nombrar de dos formas distintas un mismo objeto existente en el mundo. Ahora tan lejano de estas paredes. Eso no pasa, por ejemplo, con el lago o el río. Solo cuando desembocan y se vuelven mar (u océano).
Es una lástima que este lugar no esté rodeado de mar. Aunque no tengo ventana y no lo podría ver, me reconfortaría saberlo cerca. Quizá después me desesperaría por no poder tocarlo. Eso me pasaba con Venus, cuando en determinado momento del año lo veía a lado de la luna, tan lejano. ¿Todavía puede verse a simple vista? La complicada vista debe ser hacia el interior de alguien. De ese rostro humano, por ejemplo, que la ausencia de una ventana me impide conocer.
Hasta donde recuerdo, en todos mis sueños sobre el mar nunca estoy dentro de él. En todas las ocasiones en que estoy cerca, solo puedo admirarlo. A veces desde lejos. Es el climax del deseo; estar a unos pasos sin poder siquiera rozarlo.
Los sueños se desvanecen con el tiempo. Algunos se olvidan por completo. Sería un laberinto horizontal que nuestra mente tuviera fijos los recuerdos del pasado real y además los momentos oníricos (algunos basados, ciertamente, en esos recuerdos del pasado real). Serían pisos y pisos de evocaciones descontroladas. Habría una sola escalera e inevitablemente alguien se caería rodando. Ese alguien sería un librero que intentaba acomodar por abecedario cada uno de esos momentos oníricos basados en recuerdos del pasado real.
Pero dado que es complicado tener los sueños frescos, decidí empezar una bitácora de mis sueños del mar. Mis sueños recurrentes del mar. Releerlos es una vía de hacerme creer que he estado ahí. A veces mi nivel de engaño es tan cínico que me siento tentada a escribir que la espuma de sus olas me han tocado y que me he sumergido en él; que me ha poseído por un instante y después me ha liberado a la superficie para que escuche sus golpes contra la arena, para que me presuma su presencia imponente y su envidiable inmensidad. Pero me contengo. Porque sé que, alguna noche o día (duermo a cualquier hora) mis recuerdos del pasado real me dejarán soñarme dentro del océano.
Y entonces será un sueño.
Y entonces será un sueño.
POR DULCE OLVERA
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