CAPÍTULO CINCO
Soñé que era una soldado en la guerra. Sentí el rostro con la mirada de sufrimiento de alguien que corre, corre por su vida, antes de morir y ya siente la muerte pero todavía vive para reflejarlo. Estaba en un matadero sin sentido pudiendo estar contemplando el anochecer en un lago.
Desperté. Durante mi experiencia en la guerra a través del mundo onírico, recuerdo haber visto a un combatiente comer un pedazo de pan a lado de un cadáver. Fue menos desagradable ver sangre regada sobre el suelo que enfrentarse ante una montaña de cuerpos de hombres asesinados entre sí; hombres que en otro tiempo fueron campesinos, obreros y ahora una parte de ellos está entre alambres de púas…
Desperté. Era la Primera Guerra Mundial. Comencé a dibujar lo que evocaba de aquella pesadilla. Escribirlo hubiera sido manchar mi bitácora sobre el mar. Y nada tenía que ver la belleza del azul en movimiento con el café del campo de batalla y el negro sufrimiento de los soldados que no mueren, pero quedan lisiados o deformes de la cara.
Alguna tarde, cuando tenga el valor de salir de aquí, nadando, volando o caminando, visitaré una fábrica de armas y bombas, y le preguntaré al dueño si por las noches tiene las mismas pesadillas que yo he tenido. Le preguntaré si mientras toma el café por la mañana escucha bombas estallar. Entonces me responderá que no acostumbra tomar nada las primeras horas del día. Le mostraré estos dibujos que hice basados en el combate entre seres humanos para removerle la memoria.
En sociedades democráticas, los ciudadanos eligen a sus representantes políticos. Si de igual forma se sometiera a elección de la mayoría, ¿ganaría la paz o la guerra en un día de votación? Y si la paz obtuviera la victoria, ¿cómo sería el proceso de pacificación? ¿La industria de la guerra lo permitiría?
Desperté. No existe la democracia para los grupos de poder económico. Tampoco para los de poder político.
Cuando venga el científico de la mente a echarle un vistazo a mi mente, le pediré uno o dos libros sobre la Primera y la Segunda Guerra Mundial para leer, desde aquí y siempre aquí, sin avanzar, cómo vivían los que no eligieron la guerra, pero la tuvieron con ella durante sus días. Una libertad cuarteada, rodeada de disparos y muertes.
En sociedades democráticas, los ciudadanos eligen a sus representantes políticos cada cierto tiempo. Si de igual forma se sometiera a elección de la mayoría, ¿ganaría la salud mental o los trastornos? Y si los trastornos obtuvieran la victoria, ¿cómo sería el proceso de liberación de los internos de los hospitales psiquiátricos? ¿La industria farmacéutica nos lo permitiría?
Al científico de la mente también le mostraré mis dibujos sobre esta pesadilla. Miraré su mirada ante el horror de la muerte y la violencia. Y le preguntaré si soy yo la que merece estar encerrada o son ellos, los causantes de que la paz no sea sometida a votación.
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