CAPÍTULO SEIS
Veo una línea horizontal exacta que divide dos tonalidades de azul; cielo y mar. Después, más abajo, la espuma aterriza en la arena. Hay dos aves pasmadas. Su vuelo está eternizado. No puedo dejar de ver la imagen.
El científico de la mente vino hace unas horas a realizar el chequeo rutinario y yo emití mis respuestas rutinarias. Me regaló una botella de agua de coco con un toque de jugo de mango. El sabor es asqueroso. La imagen que ilustra el detalle de mi doctor no olvidó omitir las nubes. Pero no veo ninguna palmera, el origen del agua de coco.
Cuando estudiaba en la Universidad del Mar, en la costa, solía pasar mis fines de semana en la playa. Un sábado, acostada en la arena, me quedé dormida. Cuando desperté estaba atardeciendo. Aún acostada, percibí el cambio de colores del cielo hasta dar paso al negro, el contraste perfecto, y con ello el inicio de la aparición de focos incandescentes por montones.
En la ciudad no se logra ver la misma impactante cantidad de estrellas que en la despejada costa.
Entonces, ahí, incluso frente al inmenso mar y el sonido rítmico de sus olas, preferí seguir observando a las estrellas; tan lejanas como mi cordura.
Desde ese sábado, y hasta hoy, la idea de que debí haber estudiado astronomía en vez de biología marina me ha atormentado. Puedo tener al mar, una parte de su salado ser, dentro de una botella. Puedo tener agua de coco, rodeada de una imagen de mar, dentro de una botella.
Pero es imposible tener una, solo una estrella dentro de alguna botella. ¿Se apagaría ante la ausencia del manto negro?
Al otro día de ese fin de semana, me di un chapuzón en el noble mar de la costa. Plena, mientras cantaba y bailaba nadando, sentía cómo las olas me hacían volar y, en una que otra salvaje, sentía cómo me orillaban, a mar adentro, a sumergirme.
Sin embargo, la idea de estudiar las estrellas no me abandonó. Si el mar me hacía sentir así, ¿flotar entre ellas, mirarlas de cerca, qué me produciría? La duda sigue. Las paredes siguen.
Hoy le he suplicado al científico de la mente que en su próxima visita no me pregunte cómo estoy, viendo que estoy encerrada por no lograr controlar mis tristezas, y me obsequie una estrella. Entre más lejana, mejor.
DULCE OLVERA
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