CAPÍTULO OCHO
El científico de la mente sin bata me visitó más tiempo de lo habitual. Tuvimos “la charla”. Entre padres e hijos suele ser sobre sexo, condones y enfermedades de transmisión sexual. Entre paciente con trastorno maniaco depresivo y psiquiatra, “la charla” es el suicidio; la posibilidad de matarse a sí mismo por decisión propia (correcta o no, sensata o no, a solas o no).
Por supuesto que lo he pensado.
Pero hacerlo, llegar hasta el final, si no eres una completa impulsiva, si no estás borracho o drogado, implica un largo proceso. Primero lo deseas porque no quieres morir. No quieres morir, pero te has cansado de perseguir soluciones y, en ese estado, se considera que es la solución más sencilla. Después, convencida de ello, lo planeas. Tu personalidad y accesibilidad determinará la vía, ya sea violenta, lenta o histriónica.
Pero hacerlo, llegar hasta el final, si no eres una completa impulsiva, si no estás borracho o drogado, implica un largo proceso. Primero lo deseas porque no quieres morir. No quieres morir, pero te has cansado de perseguir soluciones y, en ese estado, se considera que es la solución más sencilla. Después, convencida de ello, lo planeas. Tu personalidad y accesibilidad determinará la vía, ya sea violenta, lenta o histriónica.
Por su puesto que lo he pensado más de una vez.
La primera, a los 18 años, me quería destruir por completo. Mi autoodio, lástima y culpabilidad estaban en un nivel extremo. Antes de planearlo ya me había golpeado un par de veces por mi percepción de culpa. Así que opté por aventarme de un edificio de alguna unidad habitacional. Destrucción total, cerebro apagado, sangre, caer en la peor posición y romperme los huesos; esos que ya no necesitarás. En el bolsillo del pantalón -sería el gris- traería mi identificación para ahorrarle la búsqueda a mis padres. Qué considerada puedo llegar a ser a veces.
La primera, a los 18 años, me quería destruir por completo. Mi autoodio, lástima y culpabilidad estaban en un nivel extremo. Antes de planearlo ya me había golpeado un par de veces por mi percepción de culpa. Así que opté por aventarme de un edificio de alguna unidad habitacional. Destrucción total, cerebro apagado, sangre, caer en la peor posición y romperme los huesos; esos que ya no necesitarás. En el bolsillo del pantalón -sería el gris- traería mi identificación para ahorrarle la búsqueda a mis padres. Qué considerada puedo llegar a ser a veces.
La segunda vez que pensé en matarme, meses antes de ser internada, ya con 23 años, volví a considerar que no vivir (mas no morir) era la opción más viable a la profunda, profunda depresión. Esa que, como nube, va y viene en la vida, mi vida, haya pastillas de por medio o no.
-Si no tienes un plan de vida, se es más propenso al suicidio en situaciones así -me dijo el científico de la mente. Esta ocasión no me había traído agua de coco o libros, solo su atención. Y lo agradecí.
-Dame cuatro tazas de expreso y surgirán ideas -contesté retadoramente.
-No esperes a estar bajo el efecto de drogas para desinhibirte y soltar tus deseos.
-La represión es necesaria.
-No en exceso.
-¿Cuál es el límite?
-Cuando necesitas esas sustancias para hacerle caso a lo que quieres. Cuando tus sueños o pesadillas arruinan tus siestas. Cuando, aparentemente de la nada, explotas con arrebatos. Ese es el límite -me respondió.
Un par de cervezas de por medio hubieran caído bien ante la tensión de la verdad.
-Si mañana te diera de alta del hospital, que no pasará, ¿qué harías?, ¿detrás de qué irías? Deseo, bien direccionado, es acción -me soltó.
-Ahogarme en el mar.
-¿Para qué?, ¿con qué propósito?
-Entregarme a algo, al amor de mi vida.
-¿Qué te da el mar que no te dé algo más en todo el mundo?
-Tranquilidad y al mismo tiempo energía, que hoy no tengo; admiración; algo de temor y al mismo tiempo satisfacción al domarlo.
-¿Para qué quieres más energía dentro de lo que te da por sí mismo energía?
-Para sentirme viva.
-¿Qué tendría que pasar para que dentro del mar, frente al mar, cerca del mar, te quisieras matar, te sintieras muerta?
-Nada. Que se secara, que tuviera que salirme de él; a la estúpida y caliente arena. O peor, aún, a las castrantes piedras.
-¿Por qué no haces de la vida tu mar?
-No seas absurdo. La vida no es inmensa, no te abraza, no golpetea constantemente con sus olas, ni esconde al sol cada atardecer.
-La vida -me dijo- es la inmensidad, el abrazo, el golpe, la espuma, el sol, el atardecer y mucho más. Y tú te has querido quitar eso; te lo has planeado arrebatar de un día para otro.
-No te sirve de nada todo eso, si, deprimida, no tienes la capacidad de apreciarlo -respondí en nombre de todos los suicidas. Creí haber escuchado una ovación de su parte y un par de guiños.
-Para eso necesitas la vida, esa sucesión de actos de levantarse de la cama hasta regresar a ella por la noche, como tú dices. La necesitas para aprender, poco a poco, con los años, a apreciarla. Vives para aprender a apreciarla (con todo el paquete que incluye, entre ello, el mar). -respondió con una sonrisa soberbia, convencido que ahora los aplausos eran para sus palabruchas.
-¿Ese es el proyecto de vida?
-No. Es una parte. Una vez que la aprecias, la vives. El resto viene por añadidura.
-¿Qué resto?
-Más mar. Más lo que quieras.
-Estás omitiendo temas que ya hemos hablado antes. Como la guerra, las crisis económicas, los asesinatos, las violaciones…
-Son parte de la vida.
-Por el amor de dios, ¿no me dirás que debo apreciar eso también?
-Sí. Aprécialo. Todo. Son etapas históricas; todo cambia. Gracias a todo eso el ser humano es lo que es.
-Una verdadera basura…
-Nadie dijo que la raza humana deba ser perfecta.
-No pienso apreciar la basura, doc.
-Vives con ella.
-Vivo con una botella con mar adentro y un duro colchón.
-No es para siempre. Tu rehabilitación es temporal.
Se fue. Llevo más de medio año encerrada. ¿Cuándo seré capaz de salir para empezar a aprender a apreciar la vida y, más adelante, en medio de basura, construir un proyecto de eso, de vida?
Lo siento suicidas del mundo, no gané la batalla.
DULCE OLVERA
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