sábado, 25 de febrero de 2017

El equilibrio del otoño

CAPÍTULO DIEZ

Estoy oculta debajo de mi dura cama. Es un refugio. No es acogedor, pero me hace sentir protegida del exterior; ahí donde cualquier ruido, comentario o atardecer me inquietarían. Ese es el nivel de mi debilidad actual. Mi momento, mi justo ahora. 

Si fuera un dibujo, estaría hecha a lápiz y la mano de mi creador me mancharía por accidente. Estaría deforme y tal vez con un aspecto monstruoso. 

Si fuera un libro, estaría roído por alguna rata y mis páginas estarían subrayadas en pasajes absurdos y un tanto chocantes. 

Si fuera mar, me admiraría desde un puerto. Sería mi propio refugio. Mis olas son impresionantes. El tamaño de mis olas es fantástico. Soy el único mar cuyas olas son altísimas aun en la orilla. Soy el único mar cuyas olas se congelan antes de ser espuma. Soy el único mar cuya puesta de sol dura más que lo suficiente para conmover, para competir contra el equilibrio del otoño; ni mucho frío, ni mucho calor.

Pero no soy ni un dibujo mal formado, ni un libro mal tratado, ni un mar perfecto, ni Gretel, una joven encerrada en un hospital psiquiátrico.

No necesito cerrar los ojos. Ya soy una presa política en un país asiático. Están torturándome para que confiese algo que ignoro porque nunca lo he escuchado, dicho, hecho o escrito. Siento mi rostro golpeado, ya hinchado, y triste; muy triste.

Abro los ojos entre obscuridad y frío. Y tristeza. En Asia o aquí, en el hospital, huele a tristeza. Y yo a medicina que poco o en nada me ayuda. 

Cierro los ojos, ahora sí. La imaginación -¿es imaginación o existe?- puede llevarme más lejos que mis piernas. Ahora tengo un telescopio frente a mí; es una dulce mirada. Y es real. Con él podría buscar planetas que jamás alcanzaría; los alcanzo. Podría buscar una nueva constelación, con suerte, una estrella fugaz, o cuatro cometas. Aquí están. 

No. 

Para qué, para qué mirar hacia la inmensidad del cielo o del mar, si existen las jacarandas. Enfocaré ese brillante telescopio hacia una, tal vez dos, tal vez tres. Qué bellas y lilas son.

¿Ya es primavera? 
¿Ya estoy libre? 

Escúchenme, les digo con la boca ensangrentada y la mirada nublada, si yo hubiera escuchado, dicho, hecho o escrito algo, de cualquier manera sería, sé lo que les digo, sería el dibujo, el reflejo de una puesta de sol resaltando un mar inquieto, un dibujo oculto entre páginas de un libro roído y abandonado debajo de una dura cama. Eso sería. 

Parecen satisfechos. Los golpes se han desvanecido. El telescopio se ha desvanecido. No hay asiáticos torturadores, no hay jacarandas ni dibujos ni libros. Hoy, este día, como ayer, solo hay una Gretel tirada en el piso debajo de una cama. Es un suave refugio. 

DULCE OLVERA 

No hay comentarios.: