CAPÍTULO QUINCE
Levito sobre el mar sin orilla, y solo veo olas lejanas, contrarias a mi dirección. Vuelo. Me siento ligera frente al monopólico azul. Me impresiona todo lo que vive y nada debajo de mí mientras yo, ser humano, me traslado por el aire como ave.
No recuerdo cómo aprendí a volar. Pero lo hago. Me siento ágil, veloz. Un tanto poderosa.
No necesito alas.
No necesito vida.
Estoy volando.
-¿Por qué lo hiciste? -escucho. Ignoro quién lo ha dicho. Ignoro si la pregunta es hacia mí, mujer ave.
Me sigo trasladando con el cuerpo horizontal. Continuó viendo al mar debajo.
No necesito una meta.
No necesito un propósito.
Estoy volando.
-Gretel, despierta. Contesta -escucho de la misma voz. Entonces se dirige a mí. Pero no sé quién es ni cómo responderle.
No recuerdo cómo aprendí a hablar, a escribir y a leer. Mientras vuelo descubro mis manos, mis dedos y con ellos, sobre el aire, respondo:
-Vuelo sin vida.
El viento contra mi rostro. El viento contra las olas. El viento contra las nubes. El viento contra sí mismo. El sol más cerca como el foco en la pared.
-Vuelve, Gretel -dice. Es el científico de la mente. Me ha hecho despertar. Y entonces ya no vuelo a través del mar.
Él decidió que debía seguir viviendo. Hace unas horas había ingerido una dosis mayor a la diaria de escitalopram.
Mi existencia se había limitado, durante días, a un cuarto que se reducía gradualmente. Me dolía la espalda ante el peso de la inmovilidad.
Si la vida es una sucesión de acciones desde que alguien se levanta hasta que se vuelve a dormir, me estaba ahorrando todo ello y la cama era mi mundo.
Hacía días que no amanecía. A falta de ventana y de cortinas, una cobija era mi eterna noche sin nada salvo su obscuridad. Aunque en ocasiones escuchaba pájaros en el aire, rayos solares o una creciente luna violeta y sin quebrar, ¿cuál era la diferencia entre estar en cama viendo eso y dormir eternamente?
Hacía meses que rogaba a todos los dioses ya no despertar. Morir sin esfuerzo igual que el ser gestado, pero luego nacer y ser blanco del pánico del cabello a los pies.
-¿Por qué lo hiciste? -Volvió a cuestionarme. ¿No que querías estar en el mar?
-Volaba sobre él.
-¿En dónde?, ¿cuándo?
-Ahora. Donde no sufría, no aquí.
-¿Qué hay aquí que te hace sufrir? -me invitó a evaluar el científico de la mente.
-El peso en los hombros por no vivir ni desear vivir.
-¿Por qué no deseas vivir?
-Porque he dejado de hacerlo.
-¿Y por qué no volver a vivir en vez de extender el no vivir?
-Porque implica levantarse de la cama... Decidir, desear, frustrarse.
-El deseo, que desde ahí ya implica existir, te lleva a decidir y ese acto, a frustrarte... O no. La vida no sólo son frustraciones.
-Son deseos insatisfechos.
-Sé inteligente con tus deseos. ¿Qué deseas?
-Ya nada.
-¿Deseas morir?
-Deseo no sufrir por no desear vivir.
-Gretel, no deseas esta vida que tienes ahora, no la vida misma. Sé inteligente con tus deseos y ellos, tú, construirán una vida que desees habitar.
-Deseaba habitar mi muerte y no me dejaste.
-Deseabas huir del sufrimiento por la inmovilidad, el encierro, el vacío, la impotencia; de la pesadez de la ligereza. ¿Fue lindo volar sobre el mar? Eso es vida. No dormir.
-Es mi deseo.
DULCE OLVERA
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