miércoles, 22 de agosto de 2018

El equilibrio del otoño

CAPÍTULO 19

Mi techo lo he convertido en mi propia constelación a falta de medicamento. Llevo una semana sin ingerirlo y me gusta mirar hacia mi cielo. 
Miro, desde aquí puedo mirar más allá de las nubes que vigilan aviones, más allá de la órbita de este mundo. Y hay anillos, hay lunas, hay, miren eso, una estrella fugaz. Le pido ver otra. Y otra. Y otra. No tengo deseos concretos. Nadie me rodea salvo mi espera sin meta, mi espera sin sentido. 

No comprendo la lejanía de las estrellas y su particular brillo. Me hipnotizan. De pronto siento que podría, si alzo un poco los brazos, tomar esa manta negra con puntos y jalarla hacia mí. Sentirme acompañada. Contarlas y contarles que mi científico de la mente no ha venido. Que esa rendija de luz entre la puerta no ha dejado de ser eso y me sofoca. Estoy harta de levitar. Siento los labios blancos. La quijada, a falta de medicamento, ha dejado de trabarse. Pero lo noto poco. No hablo, no grito, no canto, no pinto; ya no. Las paredes están llenas. 

Ahora el techo es mi proyector. De la constelación, volteo el mundo y huelo peces nadar. Son negros. Yo estoy dentro del río. Montañas impresionan a mi alrededor. Siento algas en mis pies. Siento, de nuevo, mis pies, mis brazos, respiro; ¡estoy nadando! Estoy viviendo. Fuera, fuera de este cuarto que me encierra el alma. 

Los peces me huyen, yo huyo de la orilla. Estoy en medio y me dejo llevar. Puedo sentir el sol, tan lejano y del lado de ese manto estelar, sobre un rostro, el mío, sin emociones. 

Ahora, dos parpadeos después, ya estoy de nuevo del lado del planeta casi exterior. Siento turbulencias. Ave mía, ¿adónde te diriges? Recorre poblados en minutos, alcanza sitios distantes con zonas horarias diferentes. Ave mía, las nubes, como los peces, habitan el cielo, tu carretera, tu guía. 

El sol, la luna, el sol, la luna. ¿Los anillos de Saturno?, ¿las lunas de Júpiter? Aquí en el cielo están más cerca que allá en la cama del psiquiátrico. Están más cerca que mi mente. ¿Dónde está mi mente? Entre el amanecer y el mediodía, entre el mediodía y el atardecer. Ya no tarda el anochecer y yo sigo acostada frente al techo a falta de tizas, a falta de espacio en las paredes, a falta de medicamento, a falta de psiquiátrico, a falta de mente. 

Entonces cierro la mirada para dormir y creer que no sigo aquí. Por fin puedo llorar. 


DULCE OLVERA 

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