Era día del padre. Se escuchaban las olas entre la oscuridad. Se escuchaban fuegos artificiales despegar iluminando la arena. Donde el mar cubre una parte del muro entre San Diego y Tijuana, cohetes cruzaban la frontera sin papeles. Por la mañana, las gaviotas volaban entre México y Estados Unidos sin la migra acosando.
El niño encendió la cola del cuete, chillaba el fuego y volaba al otro lado. La niña reía, el mar subía. Por la orilla de la playa acampaban. El agua más profunda se perdía entre la ausencia de luz. Las olas cercanas amenazaban con inundar la tienda de campaña. El fuego de la fogata cedería frente a la sal y espuma.
Las olas se estrellaban contra el muro, nacían remolinos. Nadie podría nadar hasta su límite y pasar al sueño americano sin antes ahogarse. La fuerza del mar es trasnacional. El segundo cuete saltó más alto, dio tres piruetas del lado mexicano y aterrizó en California. Nadie murió.
Los niños redirigieron su mirada de la arena al cielo. Allá arriba, el mar no llegaba. El padre recogió sus suéteres de la arena antes de que las olas alcanzaran a mojarlos entre su ir y venir cada vez más extenso.
-Vanessa, no te acerques al mar. Aléjate de la orilla -recomendó a la menor.
-Lancemos el otro, papi.
El tercer fuego artificial siguió el mismo camino que los anteriores. Cruzó el muro como un reto mínimo, como parte de su ruta, majestuoso, iluminando aquel final de domingo. La madre observaba desde las escaleras, cerca del faro.
Los golpes del mar se escuchaban más fuerte conforme anochecía. Los buques lejanos emitían llamadas luminosas poco perceptibles. Si entonces las olas lo invadían, no se sabría entre la oscuridad y el festejo.
La orilla se achicaba. Las olas se expandían, arribaban imponentes y sin permiso. El padre corrió a quitar la casa.
-Las estacas primero -le dijo al niño que ayudaba a quitarla y cargarla. La niña veía hincada en la arena mientras apretaba con una de sus manos el cuarto cuete.
El padre llevó la casa de campaña a unos centímetros de las escaleras. Y colocó las estacas de nuevo. Dio un trago a la cerveza de la madre mientras la miraba.
-El mar ya está subiendo -le comentó.
La fogata no tardaba en ser inundada.
DULCE OLVERA
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